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junio 10, 2013

La búsqueda por trazar puentes e indagar en el campo narrativo rioplatense contemporáneo nos llevó a una figura destacada de la narrativa porteña: Félix Bruzzone. Su doble rol de escritor y editor le permitió a Carmela Marrero conversar con él sobre sus obras y también sobre su actividad en la editorial independiente Tamarisco. Esta entrevista plantea un breve recorrido por los cuentos reunidos en 76 y por las novelas Los topos y Barrefondo, para luego adentrarse en las políticas editoriales, los canales de circulación de la literatura actual y el perfil de los lectores. Diálogo a dos orillas, pasen y lean.

 Entrevista a Félix Bruzzone 

por Carmela Marrero


Si pensamos que existen grupos o generaciones de escritores argentinos, ¿tenés afinidad con algunos antecesores?

Me siento muy identificado con cierta literatura que se hizo acá en los noventa. Para mí el ídolo sería Martín Rejtman. Siempre me interesó leer esa literatura como no condescendiente con lo que estaba pasando, a pesar de que las historias parecieran regodearse un poco en el neoliberalismo y en todo lo que pasó en los noventa. Entonces si bien hay un regodeo alrededor de eso, a la vez me parece que hay un gesto bastante irónico, escéptico y decepcionado. Me quedo con esa zona, me parece que eso es en realidad la literatura de los noventa. Con eso me identifiqué en un momento y fue a fines de esa década cuando de alguna manera descubro qué cosas quiero contar como escritor, porque hasta ese momento me venía formando. Estudié Letras y terminé la carrera, pero no tenía nada entre manos porque la carrera no me pareció muy atractiva para ponerme a contar nada, era más bien para especular sobre cuestiones literarias y no me interesaba todo eso. Entonces cuando conocí esa literatura, que por otro lado lo que tenía de intenso era que narraba cosas más próximas porque las conocía o las había vivido, descubrí que se pueden contar cosas y no solo hacer trucos literarios con la escritura. Por eso mis primeros libros son tan autorreferenciales… bueno, mis primeros libros, no, todos. Creo que fue un poco el impulso de haber encontrado esa posibilidad, después de haber estudiado Letras, que es una carrera muy alejada de la experiencia; descubrir eso fue como una especie de revelación y me parece que generó un impulso de largo aliento.

Tanto en 76 como en Los topos abordás la dictadura desde tu lugar de hijo de desaparecidos. ¿Cuánto del contexto político actual puede haber influido en la decisión de escribir sobre esos temas?

Lo que más me determinó fue mi historia personal, no tanto el contexto político. De hecho, creo que mis libros están un poco a contramano porque, por ejemplo, en Los topos se habla del personaje que está buscando venganza, y cuando estaba escribiéndola ya se habían activado los juicios contra los dictadores, no había derecha como para que un personaje se enloqueciera y quisiera vengarse de nadie, eso es algo más de fines de los noventa.

Te lo preguntaba porque hay un contexto político, académico y artístico que a principios del siglo xxi decide abordar la posmemoria y se comienzan a narrar las historias desde otra perspectiva. Así el tema de la dictadura y los desaparecidos tuvo mayor visibilidad.

Es cierto, era un momento en el que la dictadura era un tema central. Eso es verdad. Pero también es cierto que eso pasó porque la nueva camada política que ingresa a principios del siglo xxi tiene una fuerte relación con eso, tanto los dirigentes como todos los cuadros de más abajo, entonces si pasa eso en la política, pasa en todas las zonas de la sociedad, también en el arte.
Cuando descubro que puedo contar mi experiencia y la de mis amigos y convertirla en literatura, decido contar mi historia, y en cierta forma, la de otros chicos que tienen mi edad, y lo que nos pasó fue eso: que no teníamos padres, que teníamos problemas con eso, que no se hablaba del tema y que se había creado toda una imaginación alrededor de qué pudo pasar. Es un poco lo que pasa en Los topos; el personaje empieza a irse, a hacer su propia búsqueda y recrear imaginarios increíbles.

En Barrefondo decidís correrte de esa temática, aunque veo muchas cosas en común entre ambas novelas.

Creo que hay demasiadas cosas en común, pero intenté que la novela no se concentrara en ese problema y creo que no lo hace, aunque hay algunas cosas que están presentes. El personaje y su familia viven al lado de Campo de Mayo, donde hubo uno de los centros clandestinos más grandes del país, hay una situación policial represiva que seguramente es la herencia de ese contexto.

También hay un estilo de escritura que se mantiene. La primera persona, un tono confesional e intimista.

Eso es algo que me interesa. Por ejemplo, ahora estoy escribiendo otra novela y empecé a escribirla en tercera persona, pero tenía el serio problema de no saber quién era esa tercera persona, entonces la terminé escribiendo en primera persona y listo.

Barrefondo, además de la primera persona, también plantea una estructura que se acopla al discurrir de la mente del personaje. La narración sigue las impresiones interiores del personaje.

Sí, es diferente a Los topos, que es un relato en el que alguien se sienta a contarle algo a otra persona. En Barrefondo es más un discurso interno del personaje. El único momento en que se estructura es en la segunda parte, cuando el personaje cuenta toda su historia, pero también es un discurso interno. Esa parte decidí estructurarla un poco mejor porque se supone que él tiene incluso en su mente un relato de cómo es su vida. Pero en el puro presente que él vive es como algo que va contándose a sí mismo.
Me resulta muy difícil entablar un diálogo con alguien sin usar la primera persona, no digo que sea imposible o esté mal, digo que es más difícil lograr eso porque hay otras mediaciones estructurales que dificultan un poco la llegada. Pero por otro lado, veo que la tercera persona es más legible, no estás frente a un tipo que habla a su manera y tenés que tratar de entenderlo, sino que estás frente a alguien que habla para todos y está estructurando para que se entienda.

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