La búsqueda por trazar puentes e indagar en el campo
narrativo rioplatense contemporáneo nos llevó a una figura destacada de la
narrativa porteña: Félix Bruzzone. Su doble rol de escritor y editor le
permitió a Carmela Marrero conversar con él sobre sus obras y también sobre su
actividad en la editorial independiente Tamarisco. Esta entrevista plantea un
breve recorrido por los cuentos reunidos en 76 y por las novelas Los
topos y Barrefondo,
para luego adentrarse en las
políticas editoriales, los canales de circulación de la literatura actual y el
perfil de los lectores. Diálogo a
dos orillas, pasen y lean.
Si pensamos que existen grupos o generaciones
de escritores argentinos, ¿tenés afinidad con algunos antecesores?
Me siento
muy identificado con cierta literatura que se hizo acá en los noventa. Para mí
el ídolo sería Martín Rejtman. Siempre me interesó leer esa literatura como no
condescendiente con lo que estaba pasando, a pesar de que las historias
parecieran regodearse un poco en el neoliberalismo y en todo lo que pasó en los
noventa. Entonces si bien hay un regodeo alrededor de eso, a la vez me parece
que hay un gesto bastante irónico, escéptico y decepcionado. Me quedo con esa
zona, me parece que eso es en realidad la literatura de los noventa. Con eso me
identifiqué en un momento y fue a fines de esa década cuando de alguna manera
descubro qué cosas quiero contar como escritor, porque hasta ese momento me
venía formando. Estudié Letras y terminé la carrera, pero no tenía nada entre
manos porque la carrera no me pareció muy atractiva para ponerme a contar nada,
era más bien para especular sobre cuestiones literarias y no me interesaba todo
eso. Entonces cuando conocí esa literatura, que por otro lado lo que tenía de
intenso era que narraba cosas más próximas porque las conocía o las había
vivido, descubrí que se pueden contar cosas y no solo hacer trucos literarios
con la escritura. Por eso mis primeros libros son tan autorreferenciales…
bueno, mis primeros libros, no, todos. Creo que fue un poco el impulso de haber
encontrado esa posibilidad, después de haber estudiado Letras, que es una
carrera muy alejada de la experiencia; descubrir eso fue como una especie de
revelación y me parece que generó un impulso de largo aliento.
Tanto en 76
como en Los topos abordás la
dictadura desde tu lugar de hijo de desaparecidos. ¿Cuánto del contexto
político actual puede haber influido en la decisión de escribir sobre esos
temas?
Lo que más
me determinó fue mi historia personal, no tanto el contexto político. De hecho,
creo que mis libros están un poco a contramano porque, por ejemplo, en Los topos se habla del personaje que
está buscando venganza, y cuando estaba escribiéndola ya se habían activado los
juicios contra los dictadores, no había derecha como para que un personaje se
enloqueciera y quisiera vengarse de nadie, eso es algo más de fines de los
noventa.
Te lo preguntaba porque hay un contexto
político, académico y artístico que a principios del siglo xxi decide abordar la posmemoria y se comienzan a narrar las
historias desde otra perspectiva. Así el tema de la dictadura y los
desaparecidos tuvo mayor visibilidad.
Es cierto,
era un momento en el que la dictadura era un tema central. Eso es verdad. Pero
también es cierto que eso pasó porque la nueva camada política que ingresa a
principios del siglo xxi tiene una fuerte relación con eso, tanto
los dirigentes como todos los cuadros de más abajo, entonces si pasa eso en la
política, pasa en todas las zonas de la sociedad, también en el arte.
Cuando
descubro que puedo contar mi experiencia y la de mis amigos y convertirla en
literatura, decido contar mi historia, y en cierta forma, la de otros chicos
que tienen mi edad, y lo que nos pasó fue eso: que no teníamos padres, que
teníamos problemas con eso, que no se hablaba del tema y que se había creado
toda una imaginación alrededor de qué pudo pasar. Es un poco lo que pasa en Los topos; el personaje empieza a irse,
a hacer su propia búsqueda y recrear imaginarios increíbles.
En Barrefondo
decidís correrte de esa temática, aunque veo muchas cosas en común entre ambas
novelas.
Creo que
hay demasiadas cosas en común, pero intenté que la novela no se concentrara en
ese problema y creo que no lo hace, aunque hay algunas cosas que están
presentes. El personaje y su familia viven al lado de Campo de Mayo, donde hubo
uno de los centros clandestinos más grandes del país, hay una situación
policial represiva que seguramente es la herencia de ese contexto.
También hay un estilo de escritura que se
mantiene. La primera persona, un tono confesional e intimista.
Eso es algo
que me interesa. Por ejemplo, ahora estoy escribiendo otra novela y empecé a
escribirla en tercera persona, pero tenía el serio problema de no saber quién
era esa tercera persona, entonces la terminé escribiendo en primera persona y
listo.
Barrefondo, además de la primera persona, también plantea una estructura que se
acopla al discurrir de la mente del personaje. La narración sigue las
impresiones interiores del personaje.
Sí, es
diferente a Los topos, que es un
relato en el que alguien se sienta a contarle algo a otra persona. En Barrefondo es más un discurso interno
del personaje. El único momento en que se estructura es en la segunda parte,
cuando el personaje cuenta toda su historia, pero también es un discurso
interno. Esa parte decidí estructurarla un poco mejor porque se supone que él tiene
incluso en su mente un relato de cómo es su vida. Pero en el puro presente que
él vive es como algo que va contándose a sí mismo.
Me resulta
muy difícil entablar un diálogo con alguien sin usar la primera persona, no
digo que sea imposible o esté mal, digo que es más difícil lograr eso porque
hay otras mediaciones estructurales que dificultan un poco la llegada. Pero por
otro lado, veo que la tercera persona es más legible, no estás frente a un tipo
que habla a su manera y tenés que tratar de entenderlo, sino que estás frente a
alguien que habla para todos y está estructurando para que se entienda.
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