¿Qué se sabe en Argentina de la literatura uruguaya reciente? ¿Qué es lo que se conoce por fuera de los fenómenos recientes de Mario Levrero, Ercole Lissardi, y más atrás en el tiempo Marosa di Giorgio y Felisberto Hernández? El escritor e investigador argentino, Ariel Idez, primero como lector común y luego como crítico, celebra la llegada de dos novelas del uruguayo Felipe Polleri a las bateas de las librerías porteñas. He aquí no solo el testimonio de una sorpresa y hallazgo por parte de un lector, sino la constatación de que más allá de la revelación se está ante un escritor con una obra sólida y consolidada como Polleri, al que más vale conocer tarde que nunca. Los desafíos de clasificar su obra, la potencia de una voz narrativa aún poco estudiada, el deseo de conocer más sobre la obra de ese desconocido montevideano... Un argentino leyendo narrativa reciente uruguaya, no es común, por eso es bienvenido.
Entre los efectos del boom vernáculo que Mario Levrero está generando en el campo literario argentino, uno de los más interesantes es la aparición de una nueva e interesantísima camada de escritores uruguayos que hasta hace unos años permanecían ocultos. A los nombres de Ercole Lissardi o Alejandro Ferreiro ahora se suma el de Felipe Polleri, que puede hacer gala de un mérito poco común: en una literatura excéntrica por antonomasia él rompe todos los récords: es raro entre los raros y la publicación en nuestro país de dos de sus novelas —Gran ensayo sobre Baudelaire (una novela histórica) y La inocencia (Hum)— lo confirma letra por letra.
En Gran ensayo…, publicada en el 2007, Polleri narra la historia de un escritor demente y paranoico que escribe una novela llamada Baudelaire, sobre los últimos días en la vida del poeta francés. O algo así, porque si para algo están esos géneros que invoca el título (ensayo, novela histórica) es para frustrarlos puntualmente. El libro está dividido en tres partes y un epílogo. Montadas como un juego de espejos, la segunda parte funciona como prólogo de la tercera; la primera glosa a las otras y presenta un catálogo de imágenes y leitmotivs (el poeta guillotinado, el escritor fracasado, hombres, niños, animales e insectos condenados a arrastrar una valija demasiado pesada) que son loopeados a lo largo del libro, lo que refuerza su efecto de universo autocontenido. Del mismo modo operan los fragmentos que Polleri toma de la biografía del autor de Las flores del mal y relata como si se trataran de escenas de una película de David Lynch.
Si bien se podría pensar que el tema del libro es la humillación en todas sus formas, su fuerte, no obstante, está en la escritura: Polleri hace gala de una prosa austera que exhibe la naturalidad de lo muy trabajado y entrega frases de una inusitada contundencia poética: «¿Pero qué forma, qué color tomaba la fachada de la casa de un muerto? Al final, me interné por una calle arbolada: los pájaros cantaban en el idioma de los muertos, de los decapitados en la plaza».
En un registro más autobiográfico, La inocencia (2008) cuenta en primera persona la historia de Rodolfo, un adulto que vuelve sobre su infancia en Pocitos, el barrio de la clase media alta montevideana, como quien sueña recurrentemente la misma pesadilla. El tono de estas memorias «más que malas, malvadas» está a años luz de la evocación nostálgica o costumbrista. Polleri revisa la infancia para hallar las claves de lo que parece ser su tema privilegiado: el fracaso en la vida y su transmutación en literatura. A través de una prosa catártica, por momentos iracunda y de indeclinable intensidad, el narrador da cuenta, en la primera parte del libro, de un barrio donde no se vive, porque eso está reservado a los otros, los «grasas», y un edificio (¿social?) del que no se puede salir más que saltando por la ventana. La tercera parte es casi un epílogo de la primera, mientras que la segunda abarca el monólogo del muñeco de Rodolfo, que escapa al mandato familiar de estudiar medicina volviéndose ventrílocuo, tal vez para poder decir los interdictos de su clase, aunque sea «por boca de otro».
A pesar de rozar algunos lugares comunes como el amor entre hermanos solterones de la segunda parte, las diatribas contra las diferencias de clase o el ennui del niño rico que tiene tristeza, La Inocencia salva todos los obstáculos por la potencia de sus imágenes y la intensidad que Polleri le imprime a cada uno de los breves pasajes que conforman la novela, como cuando escribe: «Claro que a veces los propietarios no usaban ninguno de los dos ascensores: se tiraban del quinto piso y ni siquiera se mataban. Se rompían algunos huesos contra el toldo de otro propietario, ayudados por una ráfaga de viento que no les permitía librarse de la condena de haber nacido en ese edificio de locos, en ese mausoleo de nueve pisos y mármol y espejos y cadáveres en el ascensor, de pie y bien trajeados, gordos o flacos, pero viejos, pero muertos».
Nacido para ser de culto, la lectura de Polleri depara el placer de los objetos literarios no identificados: el de asomarse a los textos fascinantes de un autor personalísimo. Es de esperar que Polleri, con 59 años y varias novelas en su haber, se convierta en una presencia sostenida en los anaqueles argentinos más allá de las modas y escuelas que su escritura ignora para construir un estilo hecho del misterio, la audacia formal y la densidad poética de la mejor literatura.
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