Sofía Rosa escribe sobre la
novela La cura de Gabriel Peveroni. A través del
estudio del espacio narrativo, su construcción, su protagonismo simbólico y sus
connotaciones, se va delineando un concepto de under que resulta interesante a la hora de reflexionar sobre las narrativas recientes. Destrucción, periferia, vacío y rock.
Una ciudad puede ser en sí misma escenario o protagonista.
Puede ser materia prima de sueños y pesadillas. Surge de las palabras como
refugio o paradero. Se la busca en cada esquina. En ella se encuentran
desconocidos. En sus calles oscuras se esconden los secretos. No es fácil ser urbano. Seguir los caminos secretos que
esconden las calles de la ciudad. Hay que transitarla. Desafiar su inocencia
inmóvil a cada paso. Usarla. A la ciudad se la conoce por una «expectativa
agazapada», como sugería Cortázar: «algo que no es el miedo todavía pero tiene
su forma y su perro» (62/Modelo para
armar).
Esta novela propone un proceso de destrucción del
espacio y, al mismo tiempo, una construcción de un nuevo territorio, porque
como dice Italo Calvino en Las ciudades invisibles: «cada hombre lleva
en la mente una ciudad hecha solo de diferencias».
El escritor elige de entre todas las palabras la que defina
mejor su ciudad. Desde la hoja en blanco la proyecta, construye sus edificios,
pone en marcha el transporte, hace vivir a sus personajes. Por ejemplo, gris parece ser el adjetivo elegido para
Montevideo. Desde la creación del universo átono de El pozo (1939) de Juan Carlos Onetti, la monotonía y el
aburrimiento parecen dominar cierta parte de la producción narrativa y
cinematográfica de nuestro país. De modo cercano, esto se puede apreciar en la
película El dirigible (1994) de Pablo
Dotta —silencioso homenaje a Onetti—, y en la canción «Gris» (1998) de Loop Lascano
o «La lluvia cae sobre Montevideo» (1986) de Los Traidores.
La cura (1997) de
Gabriel Peveroni tiene como escenario Ciudad Detenida; ciudad inventada que se
rige con las leyes de la realidad. Calles desiertas. Edificios grises.
Personajes decadentes. Una ciudad hostil con los que no siguen su ritmo, que los
ahuyenta hacia los márgenes durante el día y les brinda la oscuridad de sus
cuevas durante la noche.
Mientras Rodión, el protagonista de La cura, espera la llegada del evento que cambie el rumbo de su
vida, pasa sus noches encerrado en la «cueva decadente», un boliche llamado
sugestivamente Varsovia, al que no puede dejar de ir y que está alejado, como
un gueto, del centro de Ciudad Detenida. Un boliche que «tiene un manto de
oscuridad y peligro para aquellos que no están seguros de sí mismos». Allí los
derrotados del gueto de Varsovia han
sido aplastados por el aburrimiento, que los enfrenta a la muerte.
Al seguir los pasos de Rodión y sus amigos, toda la novela
adquiere un tono pesadillesco y oscuro. Que logra asfixiar no solo a los
personajes sino también a los lectores. Más aún cuando todos parecen estar
enredados en un mismo laberinto que no tiene escapatoria aparente; Rodión dice:
«creí cada vez encontrar la cura definitiva, pero volvía de inmediato a
precipitarme en el túnel; en ese sótano que habitaba en Ciudad Detenida». Rodión
sale con su amigo Nicolás en las noches aburridas de Ciudad Detenida a patear
latas de basura y rayar las puertas de los autos; se pone a saltar en el medio
de los pogos, solo, hasta sentirse liberado –Nicolás será el protagonista de
otra novela de Peveroni, El exilio según
Nicolás publicada en 2004, en la que Ciudad Detenida es asolada por una
peste–.
El vacío es un lugar
normal afirma Rodión al igual que Soda Stereo, porque él es el hombre solo
que busca un sentido, aquello que lo transforme y cambie. Cuando no lo
encuentra, muchas veces llena ese vacío de drogas y alcohol. Otras veces lo
llena de música. Por esto es que se podría decir que La cura es una novela que tiene su propia banda sonora; Peveroni lo
logra ya sea a través de citas explícitas —por ejemplo, el epígrafe inicial es
de Robert Smith, cantante de The Cure—, de fragmentos de canciones, o del tono
decadente, grunge de la narración
misma.
Rock alternativo y hardcore
es lo que escucha Rodión y es también lo que escuchaban muchos músicos
uruguayos de los 80 y 90. Peveroni recuerda en Rock que me hiciste mal (Montevideo: Almanaque 2005 del BSE,
2004) que a este rock que creaban y consumían estos jóvenes se lo catalogó de «foráneo»
e imitativo de modelos extranjeros («imperialistas» les gritaban en los
recitales). De todos modos, esta música tuvo una importante finalidad: ser la
bandera de protesta de una generación que no compartía la visión de bonanza y «primavera
democrática», del «como Uruguay no hay», y más bien se identificaba con
grafitis como «Uruguay me mata»
o «Algunos nacen con suerte, otros en
Uruguay».
Se podría decir que hay una visión compartida por los
jóvenes de la posdictadura, que se pude resumir en los versos de La Tabaré
Riverock Banda (1992): «¿Cuál será nuestra cultura/si fuimos colonizados?/Somos
nietos de emigrados/hijos de una dictadura/es decir: somos basura/sin futuro ni
pasado».
La vida sin sentido tiene una tradición muy cercana, no solo
a nivel nacional. De hecho, el protagonista lleva el mismo nombre que el de Crimen y castigo de Dostoyevski y lee Apuntes del subsuelo del mismo autor.
También en varias oportunidades, Rodión afirma no sentirse como un miembro más
de la sociedad, se siente más bien extranjero,
que recuerda a la novela de Albert Camus.
Los personajes de La
cura parecen encontrarse consigo mismos en la noche, en el mundo subterráneo
que emerge de las calles oscuras y solitarias. Como ya se dijo, es el
aburrimiento lo que lleva a actuar a estos personajes. El aburrimiento de la
propia existencia. El aburrimiento que los enfrenta al tiempo, a la muerte. A
partir de él se puede crear algo nuevo, como los personajes de Onetti, o como
el monótono Jorge de la película La vida
útil de Federico Veiroj (2010).
También el aburrimiento ha llevado a la violencia,
descarnada y atroz. Tan desinteresada que parece que no tuviera ningún sentido.
Rodión escribe para ordenar su pesadilla, para librarse de la persistencia de
la memoria que lo persigue con las imágenes de sus asesinatos: «callar me
aterraba, significaba convivir con la pesadilla por siempre. (…) Esta vez había
llegado muy lejos. Había traspasado la delgada línea que separa la fantasía de
lo real».
Rodión recuerda con frialdad y distancia los asesinatos que
cometió y que a nadie importó: «Timel se había subido al muro de la rambla (…)
Apenas lo toqué y sentí que con ese único y leve empujón perdería el
equilibrio. Todavía tengo en mis manos guardada esa sensación». Y el asesinato
de Frida, en el que aparece el horror, la brutalidad: «y fui yo quien empezó a
reír y no paré hasta que dejó de moverse (…) sé que él [Timel] me acompañaba
como espectador de la danza epiléptica más sensual y repugnante…».
Toda esta escena de crueldad y violencia desinteresada
recuerda a las asfixiantes descripciones de la novela Derretimiento (1998)
de Daniel Mella, o a la novela La naranja
mecánica (A Clockwork Orange, 1962) de Anthony Burgess,
inmortalizada por Stanley Kubrick en la película del mismo nombre aparecida en
1971.
La violencia y el desamparo no solo se ven en los asesinatos
de Rodión y los ambientes por los que transita; también, en otros personajes
como Eva, la más inocente de todas, que sufre la indiferencia y despreocupación
de sus padres. O Sabrina, la «frágil princesa de labios negros», amante de
Frida Kalho y Van Gogh, depresiva, oscura, que «vestía de riguroso negro (…)
Sabrina apenas si aportaba de vez en cuando alguna respuesta o asentimiento
monosilábico. Eso me encantaba de ella».
Todos estos personajes anónimos y solitarios se encuentran
en la oscuridad y el silencio para encontrarle un sentido a sus vidas. Para
crear un espacio alternativo que los
salve de la realidad.
Vivir en el subsuelo,
en el under, no es sencillo. Requiere una predisposición del espíritu.
El mundo subterráneo —underground— es más que un escenario por el que se
mueven los personajes. También son under los movimientos
contraculturales de los 80 y 90 que se consideraban alternativos, ajenos o
contrarios a la cultura oficial. Los individuos under crearon, como hormigas, un mundo subterráneo, una «sociedad
alternativa», porque para recuperar lo que se ha enfermado, hay que volverlo a romper, como decían
Los Estómagos.
ResponderEliminar¿y donde está el estudio del espacio narrativo, su construcción, su protagonismo simbólico y sus connotaciones?
La pluma de Rosa es clara, precisa, esclarecedora.
ResponderEliminarLa verdad: ¿dónde está? Y en serio: ¿no les parece una terrajada suprema el nombre "Ciudad Detenida"?
ResponderEliminarAcá hace falta bastante teoría...
ResponderEliminarHola soy Andrés. Si, me parece una terrajada suprema el nombre "Ciudad Detenida". Me dio verguenza ajena, como muchos pasajes de este libro. O todo el libro. Se ha escrito bastante sobre él, y hasta he leído cosas como "novela fundacional de la nueva literatura uruguaya" lo cual es un disparate mayúsculo ya que es lisa y llanamente MALO. Ni siquiera es horrible, ni despreciable, ni asqueroso (que ya es algo), no, directamente es MALO.
ResponderEliminarY ni que hablar de la gente que escribe análisis grandilocuentes sobre un libro malo, como Rosa.
Y en la contratapa habla de "novela hiperealista" y reflejo de la sociedad uruguaya de los 90......pero sucede en un lugar llamado "ciudad detenida" y los personajes tienen nombres como Timel, Rodión, Sabrina..... si hay algo realista en esta novela será realismo mágico, pero mal entendido. Nadie se puede sentir identificado con estos personajes tan planos, fríos y mal dibujados.
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