Por Ariel Idez *
No hace falta que explique cómo logré mi ingreso al Club de los Mutilados, ¿quién necesita un meñique? Siempre tuve ganas de formar parte desde que aquel rengo me refiriera la existencia de la organización. Una tarde, sin nada mejor que hacer, cuchillo de cocina, tabla de cortar fiambre, una ligera presión y ¡tac! el ruidito seco del filo contra la madera. Torniquete y a otra cosa. Con las pruebas en la mano, o fuera de ella, me presenté en las puertas del club y tuve la buena fortuna de ser admitido. De aquellos tiempos soñados a estos días las cosas han cambiado. ¡Y cuánto! El ingreso de un cirujano hizo mucho por el desarrollo de la institución y la mejora de la calidad de vida de sus miembros. Claro que hubo que luchar contra los improvisados, los románticos, los conservadores de siempre que nunca faltan para obstaculizar o incluso impedir el progreso de un proyecto que avanza en pos de su perfeccionamiento. Amantes de las infecciones, cultivadores de pústulas, impulsores de las cuchillas oxidadas, advenedizos de la falta de asepsia, exhibicionistas de costurones con hilo sisal, mártires del tétanos. A cuánta gente equivocada hemos tenido que explicarle la auténtica naturaleza de nuestra confraternidad para que busquen por ahí a otros insensatos que les hagan el juego a sus perversiones. El cirujano, digo, nos permitió dar un salto de calidad. El único inconveniente era que había que estar constantemente convenciéndolo de la inconveniencia de que se extrajera las manos. Soy el único integrante de este club cuyas libertades están coartadas, se quejaba amargamente. Sí, el cirujano fue de gran utilidad, hasta que nos abandonó el día en que se separó la cabeza del tronco. Conservé las manos, dejó escrito en su amarga nota de despedida. Gracias por todo, doctor. Su contraejemplo animó el espíritu de una nueva regla: con la cabeza, no. Un miembro del club protestó: el doctor no se había extirpado la cabeza del cuerpo sino el tronco de la cabeza. Nunca faltan estos embrolladores que nos conducen a estériles discusiones bizantinas y entuertos filosóficos de mano cortada-mano cortante. La idea estaba clara: una agrupación de mutilados no debería confundirse jamás con una de suicidas. Nuestra intención (aunque suene paradójico) es sumar miembros, no perderlos por el camino. Ahora sancionamos la mutilación seguida de muerte con la expulsión de la nómina. Igual nada puede reprochársele a nuestro galeno; antes de partir dejó organizada una aceitada estructura de quirófanos clandestinos, montados en hospitales inaugurados por un fraudulento Estado Benefactor que nunca los equipa para su funcionamiento, anestesistas, médicos y enfermeros inescrupulosos capaces de cualquier cosa por dinero (y dinero es lo que nos sobra). Al tiempo incluso abaratamos costos con el ingreso de estudiantes de medicina ávidos de foguearse en el siempre difícil oficio de abrir y cercenar cuerpos.
Debo admitir que mi actuación en el club a lo largo de estos años ha sido crucial. Espero que no se tome esta declaración como obra de una personalidad megalómana. No es mi intención trazar un panegírico de mi persona, pero tampoco voy a hacer usufructo de un ejercicio de falsa modestia que ningún favor le hace a la verdad de los hechos. Si los socios del club han levantado sus manos, piernas o algún otro miembro disponible para elegirme como portavoz de la institución en esta hora dramática—en la que nos vemos víctimas de una campaña sucia de la prensa y sufrimos la persecución de las autoridades que por desconocimiento e ignorancia siempre han dificultado el normal desenvolvimiento de nuestras actividades condenándonos a la clandestinidad y al anonimato—, he de honrar esa responsabilidad que han depositado sobre mis hombros detallando mi activo rol en la institución para que la sociedad conozca nuestras actividades a través de nuestra propia voz y no por medio de versiones distorsionadoras de la realidad, que insisten en calificarnos de «masoquistas», «sádicos», o directamente «monstruos». Y si mi trayectoria ha sido ejemplar, es porque siempre, desde el primer momento, he honrado la filosofía del club de los mutilados, que promueve el desprendimiento, que fomenta el empeño ante la adversidad, que impulsa a ir contra la dificultad. Mi preeminencia en la institución se debe a mi audacia para plantearme siempre nuevos desafíos: apenas demostré mis dotes de orador, me arranqué la lengua; ni bien dominé el lenguaje de las señas, despedí a mi mano izquierda; cuando me elogiaron por mis escritos, me amputé la derecha; el día que el secretario adjunto se acercó a mí arrastrándose por el suelo como una víbora y elogió la profundidad de mi mirada, me sentí obligado a empezar a usar un parche pirata. Prácticamente no me he guardado nada, me he entregado por entero a la mutilación. Esta febril actividad ha hecho que adquiriese cierta estatura «moral» dentro del club que me ha permitido terciar con diversas líneas internas que surgieron a lo largo de estos años y que, en mi humilde opinión, no habrían hecho otra cosa más que desviar a la institución de los honorables ideales que la animan desde su fundación. Así fue que combatí a la línea interna (extracción de órganos), la economicista (que proponía financiar la institución a través del sponsoreo de ortopedias y la experimentación con implantes biónicos), la higienista (prevención de tumores, fortalecimiento del espíritu) y la guerrillera (rapto y mutilación de figuras públicas para difundir nuestro mensaje). A todas les di batalla y las vencí en la arena de nuestras asambleas públicas. Si me preguntan qué beneficio legamos a la comunidad, diré que ninguno, pero tampoco la perjudicamos en absoluto. No hacemos más que subrayar la soberanía que cada uno ejerce sobre su propio cuerpo: somos libres de amputarnos lo que nos dé la gana. No nos proponemos como un ejemplo para la sociedad ni un modelo para la juventud, aunque creo que muchos podrían aprender valiosas lecciones de nuestras experiencias. Incluso me atrevo a mencionar como un beneficio complementario la vasta experiencia que han adquirido esos cirujanos mercenarios que comenzaron trabajando de jóvenes para nosotros y que hoy han puesto a nuestro país en un lugar de liderazgo en el campo de los trasplantes y los reinjertos de miembros mutilados. Precisamente a raíz de los progresos que han realizado nuestros profesionales ha surgido una nueva tendencia entre nuestros socios más jóvenes que desde ya no apruebo. Me refiero, claro está, al cambio de miembros: pierna derecha por pierna izquierda, brazo izquierdo por brazo derecho, mano derecha por mano izquierda. Comprendo menos aún a los que se han amputado el brazo y se lo han vuelto a colocar en lugar de la pierna. Aunque no condeno estas prácticas creo que no están a la altura de nuestros ideales, tal vez estos muchachos deberían agruparse por su cuenta y dejar de usufructuar la estructura de nuestra organización, porque su presencia ha sido inevitablemente percibida por la sociedad, y el orgullo con el que han proclamado su condición de socios (distribuyendo remeras, gorros y prendedores con un logo que, debo aclarar, no ha sido convalidado por la institución) ha puesto sobre el candelero nuestras prácticas y ha fijado los ojos de la ciudadanía sobre una entidad que lleva años realizando sus actividades sin afectar el normal desenvolvimiento de la sociedad en la que se inserta y con la cual convive en total armonía. Por eso aclaro que intimaremos a esos jóvenes no solo a que se amputen los miembros reinjertados contra natura, sino también a que abandonen toda militancia, sosieguen sus maneras y vuelvan a confundirse con los mutilados convencionales, o abandonen nuestra institución y no vuelvan a identificarse como miembros activos de ella.
Para finalizar he redactado un párrafo esclarecedor, que echa luz sobre esta cuestión a la vez que resulta un conmovedor llamado a la defensa de nuestra libertad para amputarnos, organizarnos y existir, pero fiel a nuestra filosofía termino el presente escrito acá.
Debo admitir que mi actuación en el club a lo largo de estos años ha sido crucial. Espero que no se tome esta declaración como obra de una personalidad megalómana. No es mi intención trazar un panegírico de mi persona, pero tampoco voy a hacer usufructo de un ejercicio de falsa modestia que ningún favor le hace a la verdad de los hechos. Si los socios del club han levantado sus manos, piernas o algún otro miembro disponible para elegirme como portavoz de la institución en esta hora dramática—en la que nos vemos víctimas de una campaña sucia de la prensa y sufrimos la persecución de las autoridades que por desconocimiento e ignorancia siempre han dificultado el normal desenvolvimiento de nuestras actividades condenándonos a la clandestinidad y al anonimato—, he de honrar esa responsabilidad que han depositado sobre mis hombros detallando mi activo rol en la institución para que la sociedad conozca nuestras actividades a través de nuestra propia voz y no por medio de versiones distorsionadoras de la realidad, que insisten en calificarnos de «masoquistas», «sádicos», o directamente «monstruos». Y si mi trayectoria ha sido ejemplar, es porque siempre, desde el primer momento, he honrado la filosofía del club de los mutilados, que promueve el desprendimiento, que fomenta el empeño ante la adversidad, que impulsa a ir contra la dificultad. Mi preeminencia en la institución se debe a mi audacia para plantearme siempre nuevos desafíos: apenas demostré mis dotes de orador, me arranqué la lengua; ni bien dominé el lenguaje de las señas, despedí a mi mano izquierda; cuando me elogiaron por mis escritos, me amputé la derecha; el día que el secretario adjunto se acercó a mí arrastrándose por el suelo como una víbora y elogió la profundidad de mi mirada, me sentí obligado a empezar a usar un parche pirata. Prácticamente no me he guardado nada, me he entregado por entero a la mutilación. Esta febril actividad ha hecho que adquiriese cierta estatura «moral» dentro del club que me ha permitido terciar con diversas líneas internas que surgieron a lo largo de estos años y que, en mi humilde opinión, no habrían hecho otra cosa más que desviar a la institución de los honorables ideales que la animan desde su fundación. Así fue que combatí a la línea interna (extracción de órganos), la economicista (que proponía financiar la institución a través del sponsoreo de ortopedias y la experimentación con implantes biónicos), la higienista (prevención de tumores, fortalecimiento del espíritu) y la guerrillera (rapto y mutilación de figuras públicas para difundir nuestro mensaje). A todas les di batalla y las vencí en la arena de nuestras asambleas públicas. Si me preguntan qué beneficio legamos a la comunidad, diré que ninguno, pero tampoco la perjudicamos en absoluto. No hacemos más que subrayar la soberanía que cada uno ejerce sobre su propio cuerpo: somos libres de amputarnos lo que nos dé la gana. No nos proponemos como un ejemplo para la sociedad ni un modelo para la juventud, aunque creo que muchos podrían aprender valiosas lecciones de nuestras experiencias. Incluso me atrevo a mencionar como un beneficio complementario la vasta experiencia que han adquirido esos cirujanos mercenarios que comenzaron trabajando de jóvenes para nosotros y que hoy han puesto a nuestro país en un lugar de liderazgo en el campo de los trasplantes y los reinjertos de miembros mutilados. Precisamente a raíz de los progresos que han realizado nuestros profesionales ha surgido una nueva tendencia entre nuestros socios más jóvenes que desde ya no apruebo. Me refiero, claro está, al cambio de miembros: pierna derecha por pierna izquierda, brazo izquierdo por brazo derecho, mano derecha por mano izquierda. Comprendo menos aún a los que se han amputado el brazo y se lo han vuelto a colocar en lugar de la pierna. Aunque no condeno estas prácticas creo que no están a la altura de nuestros ideales, tal vez estos muchachos deberían agruparse por su cuenta y dejar de usufructuar la estructura de nuestra organización, porque su presencia ha sido inevitablemente percibida por la sociedad, y el orgullo con el que han proclamado su condición de socios (distribuyendo remeras, gorros y prendedores con un logo que, debo aclarar, no ha sido convalidado por la institución) ha puesto sobre el candelero nuestras prácticas y ha fijado los ojos de la ciudadanía sobre una entidad que lleva años realizando sus actividades sin afectar el normal desenvolvimiento de la sociedad en la que se inserta y con la cual convive en total armonía. Por eso aclaro que intimaremos a esos jóvenes no solo a que se amputen los miembros reinjertados contra natura, sino también a que abandonen toda militancia, sosieguen sus maneras y vuelvan a confundirse con los mutilados convencionales, o abandonen nuestra institución y no vuelvan a identificarse como miembros activos de ella.
Para finalizar he redactado un párrafo esclarecedor, que echa luz sobre esta cuestión a la vez que resulta un conmovedor llamado a la defensa de nuestra libertad para amputarnos, organizarnos y existir, pero fiel a nuestra filosofía termino el presente escrito acá.
* Agradecemos especialmente al autor por elegirnos para publicar por primera vez este cuento.
ajajja que bueno chicos!! que buen humor!
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