Por Nicolás Der Argopián *
De tan a favor que estoy del aborto me hice médico abortista. No es que sea doctor de título, eso es más de palabra y por el respeto que tiene la clientela. Mis honorarios no son altos, o en todo caso mucho menores a los de mis colegas. Ellos no son de vocación, pienso a veces, y se aprovechan de la situación de los más desvalidos. Hay que reconocer que tienen el gasto del consultorio, montado por lo general en lugares paquetes. Yo en cambio soy ambulante. Ando de acá para allá en mi citroneta blanca recorriendo las barriadas. Eso sí, todo bien esterilizado. Creo que me ven llegar y saben que habrá un niño menos en este mundo. Siempre me gustó la discreción, pero reconozco que cuando me saludan me pongo contento. Doctor Flores me dicen. Lo que pasa que acá hay que andar medio tapado, por hipocresía digo yo. Pocos saben mi verdadero nombre, y solo en el club así me llaman, aunque a veces me cuesta reconocerme: soy el vasco Orticoechea. Lo de doctor Flores me lo dijo una paciente que era casi una niña. Al despertarse, me miró el par de rosas que llevo tatuadas en el pescuezo y así quedó mi apodo. Pasa que ella siempre fue una clienta asidua, incluso cada tanto repite el tratamiento. Muchas veces queda una relación con el paciente y alguna hasta me ha invitado al cumpleaños de sus chicos. Igual, rara vez voy a alguna fiesta. Prefiero llegar a casa, calentar la bolsa de agua caliente y acostar este cuerpo que tanto ha trajinado. Al fin de cuentas yo ya he tenido lo mío, y ahora estoy más de entrecasa. Lo que pasa que soy solo, viudo para ser sincero. Ahora mi placer está en mi trabajo y en arreglar mi autito viejo que cada tanto se jode. Hay veces que hasta tres días en una semana me paso allá por la calle Galicia, viendo repuestos para el coche. A mí me gusta meter mano, y siempre que puedo me encargo de los arreglos del auto. Eso sí, para las cosas complicadas voy a lo de Martínez, que es un flor de mecánico. Nos conocemos hace años, incluso algún trabajo lo hemos hecho de canje, si él se había convencido de que el embarazo de su mujer no era suyo. Terminé en su casa, que también es taller, atendiendo a la señora. Yo le miraba la carita y pensaba: locura de Martínez, esta chica no caga a nadie. Pero bueno, tampoco uno está autorizado a meterse en la intimidad de la gente.
Anoche me agarró un sueño raro. Estaba en los pasillos de un club que no era el mío y me encontraba a mi primera novia. Ella se cubría con una toalla y no lucía bien. Le pregunté cómo se sentía y se largó a llorar. Tenía un marido y las cosas iban mal. Pero para qué contarme una vez que me veía, me dijo. Hacia el fondo había mucho vapor. Casi no podía distinguirla y menos observar su figura actual. Con algo de estupidez le pregunté si había niños. Me dijo que había abortado. La agarré del brazo, apreté los dientes y me puse eufórico. Le dije que bien, que tenía que hacerlo, que por qué traerlo sin ganas, que no me lo esperaba de ella que siempre fue tan apegada a las normas sociales. También me dijo que estaba diabética. No llegué a contarle mi profesión —seguro que hubiéramos tenido más intimidad—, cuando mi amigo el Paolo abrió la puerta. En ese instante pude entrever la figura de ella y era bastante obesa. Y pensar que fue mi novia bastantes años. Definitivamente, la cortisona es un bicho cruel, pienso ahora que recuerdo este sueño. Y al fin y al cabo, cada uno es dueño de su estómago y de su vagina. En fin, este cuerpito se va a mirar un poco de tele.
Anoche me agarró un sueño raro. Estaba en los pasillos de un club que no era el mío y me encontraba a mi primera novia. Ella se cubría con una toalla y no lucía bien. Le pregunté cómo se sentía y se largó a llorar. Tenía un marido y las cosas iban mal. Pero para qué contarme una vez que me veía, me dijo. Hacia el fondo había mucho vapor. Casi no podía distinguirla y menos observar su figura actual. Con algo de estupidez le pregunté si había niños. Me dijo que había abortado. La agarré del brazo, apreté los dientes y me puse eufórico. Le dije que bien, que tenía que hacerlo, que por qué traerlo sin ganas, que no me lo esperaba de ella que siempre fue tan apegada a las normas sociales. También me dijo que estaba diabética. No llegué a contarle mi profesión —seguro que hubiéramos tenido más intimidad—, cuando mi amigo el Paolo abrió la puerta. En ese instante pude entrever la figura de ella y era bastante obesa. Y pensar que fue mi novia bastantes años. Definitivamente, la cortisona es un bicho cruel, pienso ahora que recuerdo este sueño. Y al fin y al cabo, cada uno es dueño de su estómago y de su vagina. En fin, este cuerpito se va a mirar un poco de tele.
*Agradecemos al autor la gentileza de permitirnos publicar este cuento.
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