Una mirada íntima al mundo editorial. Sí, por más que suene raro: las escritoras y los escritores que transitan por la literatura de estos pagos tienen un anecdotario pintoresco de cómo viven su literatura; aprenden sin recetas cómo promover su producción. Publicar, de entrada, no es tarea fácil; los premios y las críticas parecen tener un valor incierto a la hora de generar un lugar. Acá no hay oro ni fama para repartir, los lectores se ganan a pulmón. Todo esto y mucho más nos cuenta Natalia Mardero con su particular mirada.
Me gusta contar la siguiente anécdota que refleja bastante bien mi experiencia de ser joven y escribir en Uruguay. En 1998 gané el Premio Municipal de Narrativa por Posmonauta, mi primer libro de cuentos. Yo tenía veintidós años y poca idea de cómo era el mundo editorial en nuestro país. Leía a Truman Capote, a J. D. Salinger, a John Kennedy Toole, y había tenido poco contacto con otros pares locales, a no ser en el taller literario al cual asistía desde hacía un año. En mi inocencia yo pensaba que afuera del Palacio Municipal me iba a estar esperando una horda de editores ansiosos por contratarme. Obviamente, eso nunca pasó. Pero no me preocupé. Ilusionada y feliz decidí visitar algunas editoriales, las importantes, las que yo conocía, y presentarles mi manuscrito. Si había recibido un premio, seguro se interesarían y estarían más que contentos de publicarlo (risas). Algunos tuvieron la delicadeza de contestarme, me explicaron por qué no les interesaba: «es muy corto, necesitamos que tenga al menos ciento veinte páginas», «no se amolda al tipo de libros que publicamos», «no editamos cuentos; cuando tengas una novela venite por acá», etc. Eso en el mejor de los casos. La mayoría simplemente no contestaba. Hasta ahí ya tenía un buen baño de realidad. A nadie le interesaba editar un libro de una veinteañera desconocida. Dos años más tarde, y un poco de casualidad, llegué a una editorial chica, hoy inexistente, que no se dedicaba específicamente a editar narrativa, más bien, libros de texto, pero que por alguna razón decidieron darle para adelante. En 2001 se imprimieron trescientos ejemplares de Posmonauta y yo estaba radiante. Aunque era una edición económica y poco vistosa, me parecía el objeto más lindo del mundo. El librito empezó a circular entre críticos, escritores, y al poco tiempo ya tenía un par de reseñas positivas. Ahí yo dije: «Listo, se disparan las ventas». Otro ejemplo de mi inocencia (más risas). Las librerías no quieren tener libros «difíciles» de vender; para ellos una crítica hermosa en El País Cultural no significa nada. Solo unas pocas se aprovisionaban de Posmonauta, aquellas que tenían de empleados a lectores curiosos, quienes personalmente se abastecían de las novedades locales (Patricia Turnes, por ejemplo, trabajaba en Libros de la Arena y siempre estaba bien aprovisionada).
Ante esta falta de lectores y la
frustración que me daba no saber qué decirle a la gente cuando me preguntaba «¿dónde
puedo encontrar tus libros?», decidí abrir la cancha y tener mi propio blog.
Desde hace varios años subo cuentos que ya fueron editados y muchos inéditos.
No soy especialmente constante ni altamente productiva, pero quien quiera
googlearme va a encontrar material para leer. El blog tiene una cosa fascinante
que nuestros pobres antecesores no pudieron disfrutar, y es que podés saber
desde dónde te están leyendo, cuántas personas, y recibir comentarios
inmediatos. Es como si tus textos tuvieran un gps,
y el ego y ansiedad del escritor se ven aplacados cuando descubre lectores en
Arabia Saudita o que alguien lo leyó en un pub de Dublín.
Mi actividad literaria se ha ido
desarrollando a los ponchazos. Aprendiendo sobre la marcha. A veces me causa
gracia que me incluyan en una lista, ser parte de algo, de una supuesta
generación de escritores. ¿Realmente es así? ¿Cuánta gente ha leído mis libros
realmente? ¿Serán fantasías de los críticos literarios? ¿De los estudiantes de
Humanidades? ¿No ser leído masivamente te habilita a estar en una lista, aunque
sea de «No leídos destacados»?
Más allá de estos tecnicismos y
pensamientos que hago en voz alta, la única forma de abrirse paso, al parecer,
es a través de la independencia, un concepto que ha adquirido valor en los
últimos años pero que sigue siendo algo vago para mí. Editoriales
independientes, eventos independientes, encuentros independientes. Ser,
básicamente, independiente, que traducido sería: no vas a tener un agente
literario, nadie va a hacer el trabajo engorroso por vos, estás sola en este
mundo, pero hay esperanza, hay otra forma de editar y ser leído. Es la opción
más sensata cuando las editoriales multinacionales se concentran cada vez más
en los abuelitos guerrilleros o en otros best
sellers importados. Y eso trae aparejado mucho de «hágalo usted mismo»:
llevar los libros en la mochila, dejarlos acá y allá, venderlos personalmente
(y tratar de contener ese prurito de recibir dinero), hacerse autobombo en
Facebook, y muchas otras cosas con tal de vender algún ejemplar más y recuperar
la inversión. Porque pasa eso, algunas veces parte de la inversión sale de tu
bolsillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario