Hollywood nos enseñó que las rubias son leales. La gran loba no ha podido escapar a su ley y nos envió una notita para hacer justicia contra los «analfabetos de Maslíah». Expresa todo lo que piensa y siente sobre nuestra literatura actual, sobre los lectores, y hasta sobre nuestro bendito cuestionario que tantos dolores de cabeza y pica trae. A leerla, como ella, sin pelos en la lengua.
Hace un tiempo fui invitada
por ya te conté a contestar el
cuestionario que muchos otros escritores contestaron. Las razones por las que
no lo hice, se parecen, de algún modo, a las respuestas de Leo Maslíah. Y de
otro modo distan tanto de sus respuestas, que no
pude evitar sentarme a escribir estas líneas. Siempre existe la posibilidad de
haber malinterpretado lo que Maslíah dice o quiere decir. Por eso la
importancia del debate.
Empezando por el final, ¿con qué autoridad
califica Leo Maslíah a otros escritores de «semianalfabetos»? Y de allí haremos el camino de regreso.
La primera respuesta a esa
pregunta que se me viene a la cabeza, la más obvia, no confiere ninguna novedad
ni viene a aportar demasiado —aunque sí un poquito— a la dimensión literaria de
esta discusión. De manera que nomás la mencionaremos y seguiremos con otra cosa: ser varón, blanco,
bien educado y existoso, según parámetros no explícitos que reinan en nuestra
sociedad, le daría derecho a opinar con
autoridad sobre cualquier cosa.
Una de las razones por las
que no contesté este cuestionario es porque yo no opino de cualquier cosa.
Mi impresión cuando leí el
cuestionario fue que eran preguntas que yo no sabía contestar. Más o menos la
misma impresión ofrecen las respuestas de Leo Maslíah. La diferencia es que él
lo explica de tal forma que queda como que él es el quien sabe y es el cuestionario lo que está mal, es inapropiado y
marquetinero. Un cuestionario, además, producido por escritores e
investigadores de una generación que según Maslíah sería casi semianalfabeta.
¿O a quién se refiere? ¿A mi generación quizás? Fue mi generación la que empezó
a publicar en los noventa.
Por si acaso, y sin tener
muy claro cómo se define «casi semianalfabeto», o cómo sabe Leo Maslíah que la
gente no lee, me molestaré en responder desde mi perspectiva, sin con esto
involucrar a mi generación, o a nadie más.
Yo, Lalo Barrubia, no me
considero una lectora muy voraz, aunque probablemente lea un poco más que la
media de la población. Muy en particular, no soy una gran lectora de literatura
uruguaya. Por la sencilla razón de que hago aquello que me gusta. No acepto
ningún mandato ni profesional ni social de leer cosas que no me interesan para
mantenerme actualizada, o para poder contestar cuestionarios. Y la literatura
uruguaya no me ha interesado demasiado. Digamos, por poner un ejemplo, y
eligiendo cuidadosamente a alguien que no corre riesgo de verse perjudicado por
mis opiniones, que hace muchos años leí un libro de Rafael Courtoisie. No me
gustó. Así que no compré ningún libro más de él. Es anecdótico. No dice nada de
Courtoisie como escritor. Lo único que dice es que no voy a opinar sobre la
literatura de Courtoisie porque no lo he leído. Y lo mismo con muchos otros.
Como también hay autores y obras de la literatura uruguaya —y argentina— que me
interesan y me gustan. Y con seguridad me pierdo también de muchas cosas
interesantes por no vivir en la región ni en un ámbito cultural
hispanoparlante.
Desde mi posición de
escritora siento la necesidad humana y profesional de nutrirme de los flujos de
la cultura y de la producción de otros creadores. Y lo hago, seleccionando según el ritmo y la intención de la
búsqueda objetos u obras de diferentes disciplinas y de diferentes orígenes que
me nutren de los conocimientos o las vivencias necesarias para la literatura
que quiero escribir. Y que me gusten. Para hacer cosas que no me gustan tanto
ya tengo otro trabajo que me da de comer.
Las artes tienen la
particularidad de poder abordarse desde diferentes
perspectivas. El conocimiento metódico, la academia, el «total alfabetismo»
solo son algunas de ellas. La impresión que yo tengo de la literatura uruguaya,
aunque es una impresión a la ligera desde un conocimiento parcial, más social
que literario, es que es terriblemente homogénea; en
eso estoy casi de acuerdo con Leo Maslíah. No porque las obras se parezcan
entre sí, no creo eso para nada. Son los escritores los que se parecen entre
sí. Digamos, por hacer una burda generalización, que son blancos, bien educados
y han leído mucho, o al menos conocen muchos títulos y muchos autores y opinan
sobre ellos. No tener todo esto no implica de por sí no conocer el valor y el
potencial de la herramienta ni sus posibilidades. No son todos los que están,
ni están todos los que son.
Si entienden o no entienden
lo que leen, si eso los hace más o menos alfabetos o semi algo, mejores o
peores escritores, más novedosos o menos rupturistas o cualquier otra cosa, no
tengo la menor idea. Y si la tuviera, no me consideraría con derecho a opinar.
Solo constato que algunos sectores de la sociedad tienen un escaso lugar en la
literatura, lo cual obviamente la empobrece.
Yo, Lalo Barrubia, soy gran
defensora de las discusiones abiertas, el debate, la honestidad, e incluso del desparpajo cuando es útil. Lo que me irrita es que
en realidad podría estar bastante de acuerdo con algunas de las cosas que dice
Maslíah, pero nunca en ese tono. Lo que me disgusta es que se utilicen los
espacios a los que accedemos para descalificar a otros sin argumentos. Hoy en día nadie lee. Lo dice Leo Maslíah y por lo tanto
es cierto. Muy especialmente me disgusta cuando los viejos atacan a los jóvenes
apelando a los méritos de las generaciones anteriores. Yo, por suerte, no
siento la necesidad de ser mejor que nadie. Intento hacer bien mi trabajo, a mi
manera. Si no me sale tan bien, tampoco será tan dramático. No le debo nada a
nadie.
Y si es así que nadie lee
nada, será porque la literatura no logra llegarle a la gente. No tiene por qué
significar que sea buena o mala literatura, pero es algo que los escritores
deberíamos cuestionarnos.
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