Poco antes de anunciarse que su novela 180 había sido galardonada con el Premio
Anual de Literatura 2012, Carlos Rehermann contestaba
nuestro cuestionario. Su plena participación en el campo literario durante las
últimas dos décadas volvía pertinente la encuesta. Sus nociones de la historia
del arte resultaron iluminadoras ante el problema de la novedad, incluso para
las letras rioplatenses de estos tiempos.
Cuestionario: Carlos Rehermann
Respecto
a las obras de autores uruguayos y
argentinos que comienzan a publicar narrativa a partir de los años noventa:
- ¿Cuáles te parecen más relevantes y cuáles te gustaron más? ¿Por qué?
No tengo idea, no controlo las fechas, lo que pueda decir no tiene una
base objetiva de fechas e índices. Si es por decir alguien reciente que escribe
muy bien, Ramiro Sanchiz. Su obra es un continuum
difícil de separar.
En Argentina, el mejor es otro Ramiro: Quintana. Sus tres libros son
igualmente brillantes.
- ¿Cuáles son tus criterios para evaluar estas obras y autores?
No están comprometidos con ninguna dirección de cultura. No mienten.
Dominan el oficio.
Las obras son resultado inevitable de esas cualidades. Dentro de algunas
décadas se podrá hablar de las obras; ahora son inefables.
- ¿Cuáles te parece que han sido los criterios de las editoriales para publicar durante este período?
Ninguno. Las editoriales no tienen idea de la razón de su existencia.
Conozco los motivos de los editores para publicar a esos dos autores, pero no
tienen relevancia porque son equivocados.
- ¿Te parece que hay elementos de novedad o ruptura en estas obras?
No tiene el menor interés detenerse en ese asunto. Pero me detengo en
sus alrededores, para explicar por qué carece de interés.
Los criterios de valoración que ponen en la balanza la ruptura
pertenecen a la historia de las vanguardias del siglo XX, cuando se estaba
organizando el sustento ideológico de la sociedad de consumo. La novedad y la
ruptura son completamente irrelevantes en el arte. El período, por las dudas,
es 1908-1933. Después, un renacer de viejo con un frasco de viagra: 1950-1970,
hasta la momificación pop.
Cuando los criterios de novedad y ruptura fueron tomados como argumento
por las vanguardias, el mundo vivía un clima de apocalipsis que el
mercantilismo industrial aprovechó para legitimar la naciente práctica de la
obsolescencia programada, a partir de la nueva profesión del diseño industrial
(postulada básicamente por la Bauhaus). El triunfo de la cultura de consumo
pasa por la legitimación de lo nuevo como valor artístico trascendente.
El triunfo es claro: estamos aquí hablando de ese asunto, que no sirve
para nada. ¿Qué importa si algo es nuevo? Importa si algo tiene sentido. Pero
el único sentido que las inexistentes estéticas actuales pueden convertir en
discurso es un elogio de lo nuevo que se limita invariablemente a la
constatación de que, efectivamente, tal cosa es nueva o tal cosa no es nueva,
sin agregar nada más.
Pero incluso eso es un error, ya que el arco de la experiencia
vanguardista no dejó ningún espacio para nada nuevo, porque cuando lo nuevo
incluye la autodestrucción, se termina el arte. Y eso ocurrió después de la
pobre lectura que Warhol hizo de Duchamp, y con Warhol, toda la tropa de gente
culta que en realidad no sabía leer.
Entonces, la única posibilidad (y se ve lastimosamente repetido en cada
catálogo, en cada disco, en cada prólogo) es hacer de cuenta como si esto nunca
antes se hubiera hecho. Pero como no es posible (siempre hay algún cortamambo que
sabe), aparece la estrategia del simulacro, que es el must de
la idiocia contemporánea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario