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febrero 09, 2013

En un momento histórico en que se hace difícil no expresarse, dadas las redes sociales y sus nuevas posibilidades, Leandro Delgado nos habla de esos 80 en que la gente deja de existir por no poder expresarse. Recuerda los amnésicos 90 y nos habla de los escritores que, en esas décadas y en los 2000, más le atraen: aquellos que por sobre todas las cosas expresan y sienten. La imagen de un Montevideo en mutación, su obra y sus contactos son los lugares que recoge esta entrevista realizada por Agustín Acevedo Kanopa.


 Mutaciones: 
 entrevista a Leandro Delgado 
Enero de 2013.



Leandro Delgado, al menos para quien escribe, es uno de los escritores uruguayos fundamentales de los últimos veinte años. Si bien tiene en su haber un puñado de libros entre los que se destaca el poemario Tres noches bajo el agua (1999) y el libro Cuentos de tripas corazón (2010), es el autor de Adiós Diomedes (2005), una novela que aglutina como pocas los cambios y mutaciones de un Montevideo históricamente esquivo, tomando cuerpo en la historia de Diomedes López, un músico que actúa como un cable de cobre de todo lo que pasó en las décadas de los ochentas y noventas.


Una de las razones por las que elegí entrevistarte en el marco de Ya te conté es la manera en que tu primera novela, Adiós Diomedes, actúa como una radiografía de lo que fueron ciertas movidas de Uruguay en los últimos treinta años.

Sí, yo no sé si quise decir eso o si salió solo, pero mientras escribía era consciente de que los personajes tenían que mutar varias veces. Ese personaje tenía que atravesar metamorfosis. Pasaron muchas cosas y al menos la gente que estaba vinculada a la cultura sufrió metamorfosis, mutaciones, y algunos sobrevivieron y otros no. Y de última, lo que le pasa a Diomedes es que no sobrevive. El protagonista, que sería el narrador, sobrevive pero porque no está tan comprometido como está Diomedes. Pero sí, hay una decisión de que los personajes sean un registro de un desarrollo y una transformación cultural que se dio muy rápidamente a partir del ´83 hasta los noventa. Los ochenta son muy breves, porque en el ´83 - ´84 no te das cuenta de que estás en los ochenta. Si es una generación, se da cuenta de que lo es por el ´86 - ´87. Es muy corto lo que sucede y sin embargo es muy intenso. Esa brevedad está dada porque la gente empieza a hablar a partir del ´83. Al menos eso del rock alternativo blablablá empieza en el ´83, de manera más o menos militada. Todo eso termina en el ´89 con el voto amarillo, que termina la década antes de tiempo. En realidad, lo que sucede en los ochenta es que, para mí, la izquierda y la derecha se amigan, todo lo que es la apertura democrática se da como un matrimonio. Yo pensaba que eso sucedía sólo en Uruguay como oposición a la dictadura. Lo ves en Jaque, todo el matrimonio entre Manuel Flores Mora y Arregui. Pero después estuve viendo y hay varios autores que hablan de lo mismo en los Estados Unidos de Reagan. Como para cerrar diría que es una década demasiado corta, y que es consciente de sí misma cuando es demasiado tarde. Creo que Diomedes también se da cuenta demasiado tarde, pero su voluntad de ser alguien o hacer algo en el mundo cultural tiene su precio y no logra pagarlo. Porque el plato es demasiado grande, no podés empezar haciendo cantopopu y después volverte un rockero sin pagar consecuencias, no podés dar ese salto como si nada hubiese pasado. Es una decisión, es una psicosis. Igual, si no hay psicosis no hay posibilidad de vivir en este mundo.

Cuando hablás de mutación me acuerdo de algo que decías sobre Montevideo, que no es una ciudad que se desarrolla, sino que más bien muta.

Sí, es una ciudad que muta. Muta como forma de sobrevivir, pero no está proponiendo nada nuevo. Por eso es una idea de mutación negativa. Si hablamos en términos de ciudad, en la propuesta arquitectónica, urbanística, no pasó nada. Lo único que pasó en los últimos cincuenta años son los caminos de accesos que no existían, que son horribles y necesarios, pero después nada más. No sé dónde están los arquitectos, no sé a qué se dedican. Lo único que sé es que cuando se reciben se dedican a viajar por el mundo. Realmente no los veo de cincuenta años para atrás.

Bueno, justo eso viene a cuestión con el asunto del Cine Plaza, pero era algo que venía sucediendo hace muchísimos años.

El vaciamiento del centro es algo que viene desde hace cuarenta años, donde nadie se alarmó y donde no veo por qué habría que alarmarse ahora. De última, a mí no me parece tan mal que lo tome una iglesia Pentecostal. De última, será el edificio que fue siempre, no se va a transformar en microcines. Es una bruta sala que al menos quedará embalsamada para que en un tiempo futuro esté a disposición para refundarlo. No lo van a demoler, no lo van a transformar en un shopping, no lo van a transformar en un parking como pasó con un montón de cines del centro. Prefiero eso a que desaparezca. No sé si la novela habla de la ciudad en esos términos de mutación urbana.

Yo te preguntaba porque al leer literatura uruguaya uno siente como si la ciudad de Montevideo se perdiera, a diferencia de Buenos Aires. Sin embargo, en la tuya se nota una presencia muy notoria de nuestra ciudad.

Adiós Diomedes es una novela escrita fuera de Montevideo.  Creo que eso es importante, quizás lo que me permitió verla. Verla, porque yo sentía que me era necesario rescatarla y registrarla, porque yo sentía que me estaba olvidando de todo. Yo creo que Montevideo es una ciudad que tiene el problema de estar frente a Buenos Aires y que está desierta con otras ciudades alrededor, no dialoga con nadie, es una ciudad completamente autista, que piensa que dialoga con el primer mundo. Lo único que tiene es con China. Podría dialogar con un posible Tacuarembó, un posible Durazno, Rosario, Porto Alegre, pero no hay intercambio de bienes, no hay intercambio de servicios. No hay nada. Y por otro lado, es una ciudad que no puede verse a sí misma. Buenos Aires es una ciudad construida en su propia mitología. Geográficamente no tiene ningún interés, es chata, no la ves nunca de ningún punto. Por eso, lo único que tiene es sus historias y sus mitos. Montevideo no tiene ningún mito, ni dioses.

Por ejemplo, del ´45, uno de los pocos que se me ocurren que hablen propiamente de Montevideo como ciudad es Carlos Martínez Moreno.

El único que habla de Montevideo como Montevideo y no como una visión. Todos los autores contemporáneos a Moreno no se animan a identificar la ciudad, no se animan a visionar sobre el territorio. Yo no creo que no quieran: no se animan ¿Por qué no se animan? No sé, debe de ser por un complejo de inferioridad, de que la ciudad no es propiamente ciudad. Mal o bien es una ciudad, es unas casas juntas, cañería y sistema de transporte. A Martínez Moreno le chupa un huevo porque logra verla, aún en su miseria, sobre todo en Tierra en la boca que es una huída, es intentar escapar de la ciudad. Es el único capaz de decir todo eso en los términos que corresponde. También no le fue bien como autor frente a esa apuesta que estaba haciendo, él arriesgó mucho.

Relacionado con eso, cuando leí por primera vez Adiós Diomedes sentía que me estaba quedando sin anécdotas en mi vida. Me acuerdo que lo leí y pensé “mirá lo que pasó en esta vida, mirá cómo me estoy quedando corto”. En un momento te comenté eso y me dijiste “mirá que esto nunca me pasó a mí”.

A mí lo que me llama la atención es cómo a la gente le llama la atención la ficcionalización. Para mí la ficción es la ficción y no importa todo lo que uses para ficcionalizar y mentir. Yo no tuve problema en mentir todo, porque ¿qué es la verdad? ¿Qué es la honestidad? No tenía la menor idea, no me interesa saberlo.

En ese juego de verdades y mentiras, ¿cómo viviste los ochenta?

Bueno, eso es una parte de la mentira. La gran mentira de la novela es que yo no curtí los ochenta. Los curtí como cualquiera que no es un actor cultural. Yo no era un actor cultural, ni siquiera un fanático de nada, más que de algo que no tiene nada que ver con la novela, de la música clásica. El rock me parecía ridículo. Yo iba a ver, porque pasaba algo, iba a ver a los Estómagos, iba al circo y todo eso.  En algún punto me divertía, pero no me parecía serio. En realidad yo accedo a eso en los noventa. Yo creo que los noventa son la consciencia de los ochenta. Los ochenta nacen antes de darse cuenta que nacieron y mueren antes de darse cuenta de que murieron. Los noventas se dan cuenta de que pasó algo antes, pero son muy cínicos también. No les interesa saberlo. Cuando se empieza a pensar a los ochenta como los ochenta es en el 2000, en los noventa te chupa un huevo. Los noventa son como un bypass enorme, como una amnesia que capaz que era necesaria, porque los ochentas son duros. La gente llega lejos en su cabeza y la gente se muere de sida de verdad. Tus amigos se mueren en los ochenta. Capaz que los ochenta son una continuación, un cierre de lo que no pudieron ser los sesenta, porque hubo una dictadura en el medio. En esa época era muy difícil expresarse, a diferencia de ahora, que es muy difícil no expresarse, con los blogs, Facebook, y eso. Yo diría que casi hay una obligación a expresarse. Yo accedo a los ochenta por medio del periodismo. Yo entro en el periodismo cultural y accedo al mundo de los músicos de esa época y veo a gente que ya está, que se le agotó y no sé qué le pasó. Gente que muere artísticamente porque no tiene una vía de expresión. Eso te liquida. Vos los ves hasta el día de hoy y no los reconocés, o directamente no están.

¿Que creés que marcó en el plano literario a los noventa?

Para mí el tipo que marcó, no sé si es en cuanto a literatura, pero que fue un tipo necesario y que me molesta que sea reivindicado ahora habiendo sido matado antes es Escanlar. Que se mató él solo, por supuesto, pero es la primera voz que dice “no, la cultura no es esto”. El 45’ no, Benedetti no, etc. Eso es algo que ahora ya es un lugar común, pero hasta esa época había sido impensable. Con todas las incomodidades que eso pudo traer, creo que no pudo haber sido dicho de otra forma. Era el trabajo sucio que alguien tenía que hacer.

Retomando a escritores estandartes de esa época, ¿cómo te llevás con Levrero?

Levrero no me interesa. Lo único que me interesa de él es La novela luminosa. Reconozco que es un gran escritor, pero no me interesa

¿Qué es lo que no te interesa?

Que es un tipo que en su literatura es demasiado frío, demasiado distante, cerebral. Parece una persona que no sufre, me interesan las personas que transmiten sufrimiento o placer o dolor o todo junto, pero no esa construcción tan fría sobre las cosas. Salvo La novela luminosa, que me parece bestial, pero que la escribe cuando se está muriendo y justamente escribe sobre su muerte. El resto de la obra no me interesa. Toda esa corriente del estilo de Leo Masliah, Felisberto Hernández, toda esa cosa medio naïf , medio ingenua, medio distante. Felisberto me aburre rotundamente, salvo Por los tiempos de Clemente Collin, que me parece una maravilla. Ahí veo a alguien que está sufriendo por otra persona, no por él. No me interesan los ejercicios de imaginación si no hay un desgarramiento interior, una crisis, una tensión. Pierdo contacto, no me están hablando a mí. En mi adolescencia leí Pepe Corvina, de Enrique Estrázulas y yo me olvidé del mundo durante el tiempo que lo leí.

Por la relación que tiene tu literatura con el recuerdo y la ciudad, ¿cómo te llevás con 18 y Yaguarón, de Roberto Appratto?

Bueno, pero eso es exactamente lo contrario: eso es pura emoción, eso es puro recuerdo. Ahí hay un regodeo en sí mismo que tiene que ver con otro tipo de literatura que no cultivo pero sí la leo y la disfruto, que es como una deriva en el mundo de las emociones. Eso si te sale bien, te sale muy bien –y a Appratto le sale muy bien–, pero si te sale mal es un bodrio. Creo que posiblemente los dos grandes escritores salidos de los noventa sean Appratto y [Felipe] Polleri. Bueno, también son como de los 2000. Espinosa podría ser otro escritor interesante, tiene dos buenas novelas. Mi literatura es más parecida a la de Espinosa porque crea un mundo parecido al real y te hace creer algo que no existe. Ese pacto clásico es lo que me interesa. Pero creo que Polleri y Apratto están presentando cosas completamente nuevas. No hay para atrás de ellos.

¿Cómo ves los 2000 en comparación a los 90?

Mucho mejores, más relajados. Más lúcidos, más conscientes. La generación que viene entre los 25 y los 35 años es una generación de gente muy buena. La gente que está cerca de la cultura es muy interesante. No siento diferencia generacional, siento que estoy hablando de igual a igual, y no sé si pasó eso antes. La generación de los ochenta es una generación bastante cagada, la gente que tiene entre cincuenta y sesenta, porque les agarra la dictadura cuando entran al liceo. A mí me agarró cuando entré a escuela: no hay ruptura, no hay un cambio. A mis 25 años los interlocutores que yo tenía, tenían 75. No tenía relación directa con la generación que me seguía, porque no estaban. Estaban exiliados, presos, o quemados. No había un intercambio interesante mutuo. Yo con el que hablaba era con Homero [Alsina Thevenet].

¿Cómo ves el mundo editorial ahora?

Lo veo limitado. De las personas de las que hablé, no son nuevos. Yo no veo nada muy interesante. Vos hablás con gente que es interesante, que es informada, pero yo cuando leo un libro quiero que me parta el cerebro, será una exigencia demasiado alta, pero igual. Si bien me parecen generaciones mucho más lúcidas, informadas, articuladas, son generaciones que no están dispuestas a sacrificar determinadas cosas, determinados beneficios, comodidades. No es que no estén dispuestas, no está en su registro irse a un altillo podrido a morirse de hambre y cagarse de frío. No digo que eso haga tu literatura mejor, pero en algún punto debe haber un compromiso tuyo con tu arte y que no haya nada más. Yo no sé si alguna vez lo hice y a esta altura no lo voy a hacer, pero los tipos que creo que son los más valiosos, por ejemplo Polleri, lo hacen todos los días. No sé, [Alberto] Restuccia, artistas que son ellos la obra.

¿Y de lo más actual, no te quedás con nada?

Me pasó con cuentos, no con novelas, lo cual debe decir algo. Me pasó con un cuento de –yo no sé, no lo conozco Juan Andrés Ferreira llamado “Jabón Jabón” en El desencanto  y la promesa, que me parece que es lo único interesante de ahí. Después el otro cuento que me pareció algo similar es el tuyo, “Eucaliptus”. Lo leí y me parece que está bien, bien, bien, podés estar tranquilo. Y después me pasó con un pibe que debe ser joven, que se llama Hoski. Un capo, es un cuento que estaba en el Entíntalo del CCE de este año. Ese cuento me hizo entrar directo. Ese pibe anda bien. Esas son las tres cosas que vi, que no sé si sean buenas, pero que me hablan. Capaz que pude haber leído otra cosa, pero no sé. Pero después si volvemos a lo de mi novela, no podría haber descrito a ese Montevideo sin haber visto 25 watts, mientras estaba en Estados Unidos. No podés no darle bola a generaciones que vienen después que vos, no podés ser un viejo de mierda, podés ser un viejo de mierda cuando seas un viejo de mierda, pero no antes de tiempo.


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