Considerando el corte propuesto por YA TE CONTÉ, no podíamos
dejar de hablar con Gabriel Peveroni. Comenzó a publicar en los 90,
su obra fue reconocida por la crítica y se lo agrupó con otros
escritores como Ricardo Henry, Daniel Mella o Gustavo Escanlar bajo
la etiqueta de "los crueles". Pero también formó parte
durante varios años de Posdata, una revista que tuvo una
importancia capital en esos años como una plataforma a través de la
cual los jóvenes proponían una nueva estética, tanto en ficción
como en crítica.
Sobre su obra, Posdata, la aparente fiesta noventera, la literatura, la música y el teatro, transita esta entrevista, de la cual publicamos en esta ocasión, dada su extensión, solo la primera parte.
Sobre su obra, Posdata, la aparente fiesta noventera, la literatura, la música y el teatro, transita esta entrevista, de la cual publicamos en esta ocasión, dada su extensión, solo la primera parte.
Entrevista a Gabriel Peveroni
por Diego Recoba
Hace unos días publicamos un texto de Gabriel Sosa en el que hay una autocrítica fuerte a su generación, que es tu generación también. Decía que en los 90 se creyeron héroes y pensaron que ese estado de prosperidad iba a ser eterno y cuando se terminó abruptamente se dieron cuenta lo “estúpidos” que habían sido, ¿lo ves de la misma forma?
por Diego Recoba
Hace unos días publicamos un texto de Gabriel Sosa en el que hay una autocrítica fuerte a su generación, que es tu generación también. Decía que en los 90 se creyeron héroes y pensaron que ese estado de prosperidad iba a ser eterno y cuando se terminó abruptamente se dieron cuenta lo “estúpidos” que habían sido, ¿lo ves de la misma forma?
Mi perspectiva es un poco
diferente, primero porque soy más chico que Sosa. Soy del 69.
Además, vengo de un barrio, de una cosa más punk que, en algún
sentido, siempre estuvo presente en mí, como el tema de la bohemia y
Juntacadáveres. Entonces,
siempre tuve un problema diferente con el consumo, digamos, no soy
un tipo tan fácil de meterse en el sistema. Yo trabajé en los 90 en
Posdata, es decir: nunca cobré bien. Aunque hubiera gente a
la que le iba bien, gente más grande, a mí me iba bastante mal,
pese a que el dólar estaba barato.
Estoy de acuerdo con que
había una sensación de euforia similar a la que se vivía en
Argentina. Ahí tuve suerte, incluso dentro de mi generación, porque
empecé a escribir y a publicar, empecé a hacer un poco de teatro, a
pesar de que las cosas no eran nada fáciles. Quiero decir: no eran
fáciles en relación a que se salía de la dictadura. Los viejos no
se interesaban demasiado por lo que hacíamos nosotros, tenían
demasiadas deudas con ellos mismos como para ocuparse de publicar
gente joven. Entonces era difícil encontrar puertas. Por ahí
Escanlar publicó con Yoea,
publicó en algunas editoriales chicas, pero no era fácil. Yo de
repente tenía alguna puerta abierta, publiqué alguna cosa en
Graffiti, pero tenía que
pagar derecho de piso.
Otro factor que hubo fue
el desembarco de editoriales europeas, generando un nivel de euforia.
Yo trabajaba de periodista y viví la euforia de los músicos con el
tema de las editoriales. Fue cuando El Cuarteto de Nos y Níquel
firmaron con BMG, que fueron todos fracasos, porque
generalmente las empresas multinacionales ponían a trabajar gente
que no tenía demasiado criterio. Eso creo que se ha dado bastante en
la literatura y en la música, y creo que es hasta una regla. No
fueron a contratar a un gran editor de literatura. Aunque ojo, en
Alfaguara hay algunos matices, porque estuvo Fernando Estévez, que
de algún modo hizo a Alfaguara. Pero en música no se dio eso, eran
simples empleados, gente con buenas intenciones pero no eran Mauricio
Ubal con Ayuí, era muy
mercantilista todo, y por ahí vino el sueño de El Peyote Asesino
también. Pasaba en Argentina también con toda la fiebre de Planeta
y otras editoriales.
Yo tuve la suerte de que
Alfaguara me publicara la primera novela que escribí, y eso era
meter un gol muy grande en ese momento. Cuando la publiqué ya
acababan los 90, era en el 97 o 98 y justo vino la devaluación en
Brasil y mi libro fue, con el de Fontana que se editaron juntos, el
primero que no se reeditó, o sea que no pasó los mil ejemplares
vendidos y la editorial veía que eso así no funcionaba. No era creo
tampoco la crisis ni mi literatura, estamos hablando de un país en
el que no se pudo imponer Alberto Fuguet, ni Ray Loriga, ni Jaime
Bayly. No se pudo imponer ninguna narrativa joven de ese momento que
tuviera un sesgo urbano que viniera de la movida McOndo, no se vendía
un puto libro de esos. Me acuerdo, por ejemplo, de un libro de Enrico
Brizzi, un italiano, que a mí me había encantado y que después
Alfaguara lo vendía a treinta pesos.
Creo, que a nivel
generacional, no nos permitimos la clave autogestionaria. Con La Vela
Puerca, No te va gustar, 25 watts con Control Z, la aparición
de Artefato, en diferentes áreas artísticas, se va dando eso de que
“esto se fue al carajo, lo hacemos nosotros”, y eso fue lo que la
generación nuestra no supo hacer. Creo que estábamos esperando de
nuestros padres del Estado, cosas que no nos iban a dar. No había
fondos concursables, no había nada, y no había posibilidades de que
lo hubiera. Y la generación que vino después -más allá de que me
guste La Vela Puerca o no- como modelo de rock, como modelo
autogestionario o de rock independiente, creo que dieron un paso
adelante. Diferente de lo que hizo El Peyote Asesino que esperaba,
más allá de las diferencias musicales, que un gran sello los
publicara, los pasara por MTV y que con eso iban a conseguir la plata
y de eso iban a vivir. Creo que ahí había un error grande. Algún
productor me dijo algo con lo que yo no estaba de acuerdo en el
momento pero luego me di cuenta de que era cierto, y es que la
generación nuestra no admitía hacer el camino del rock. Es decir,
ir a tocar a Buenos Aires cuarenta y ocho veces en pensiones baratas,
remarla, tocar y tocar, y no porque salgas en MTV vas a lograr nada.
Y al Peyote, que fue el ícono de esa generación, le pasó eso. En
cambio La Vela Puerca y No Te Va Gustar tuvieron modelos donde ellos
controlaban la parte artística y económica de la cosa. Hicieron
sacrificios muy fuertes que después redundaron en empresas y después
cada uno hace lo que quiere con su empresa.
En la parte editorial
pasaron cosas parecidas. Las crisis tienen eso de positivo y es que
empiezan a aparecer cosas. La primera vez que hablé con Martin
Fernández y Leandro Costas Plá para publicar en Artefato, me
plantearon un plan en el que los artistas pagaban los libros. Era
todo un sistema cooperativo y yo le dije que no quería publicar
pagando, me parecía mal. Dicho en 2001 en que no había ninguna
posibilidad [de publicar] por ningún lado. No sé si la respuesta
era acertada o no, lo acertado no cuenta en esto, lo que creo es que
a partir de esos esfuerzos y sacrificios se lograron impulsos
independientes que eran súper necesarios, que los tenés que crear
vos, tu generación, y esa generación se creó a sí misma y eso
está bárbaro.
En
ese mismo artículo de alguna manera Sosa afirma que con las muertes
de Gustavo Escanlar y Raúl Forlán Lamarque se fue lo mejor de esa
generación, ¿qué opinás?
Creo que es verdad que
hubo una escuela de El País Cultural, con Gabriel Sosa, Elvio
Gandolfo o Álvaro Buela y que en algún momento, no es que perdieron
el rumbo, pero se quedaron mucho en el cine y en la literatura gringa
y europea y les costó engranar. Me sorprende que venga de Sosa algo
en defensa de Forlán y Escanlar, porque él lo podría haber hecho,
pero él era crítico de cine. Mi discrepancia con los críticos de
cine siempre fue que estaba bueno ser crítico de cine en los 90
porque podías decir lo que querías sobre Scorsese y Tarantino, pero
a mí siempre me pareció mucho más divertido escribir sobre música
uruguaya o latinoamericana, porque tenía más lugar para generar
discursos, para provocar, polemizar, discutir, equivocarme, y para
meterme dentro de la construcción de la sociedad. Nunca me interesó
escribir una crítica parecida o similar de cine sobre una película
gringa, prefiero escribir sobre una película uruguaya, pero en ese
momento no había cine uruguayo. Por lo tanto el cine no me
interesaba como lugar. El País Cultural tenía una cabeza muy
de cine y literatura gringa y Forlán y Escanlar eran lo contrario.
Forlán, revisando lo que escribía en El Día y en Jaque,
hace que me considere un alumno suyo. Tiene esa cosa como de barrio,
un poquito más lumpen. El País Cultural es como una cosa
más cheta, de gente que tenía la capacidad de llegar a los
productos culturales, cuando a mí me costaba mucho llegar a tener
revistas extranjeras, discos, libros: no había Internet. La
información era muy difícil, y en esa realidad yo estaba muy con el
ensayo tipo Forlán, con cosas que sucedían acá. Forlán no se
podía comprar diez discos por mes de Nick Cave o Tom Waits, y de
repente otra gente sí, bien por ellos. Había una diferencia ahí,
fueron dos de las personas que construyeron relatos muy interesantes,
igual que Guilllermo Baltar, que escribió mucho. Yo aprendí de
ellos y también de La Oreja Cortada, Gas subterráneo
y hasta de Alfonso Carbone que fue una ideología en sí mismo.
Escanlar es un caso aparte, es un tipo súper interesante, como
creador tiene una obra muy trunca y muy descuidada y lamentablemente
se autoboicoteó mucho y no pudo desarrollar algo más importante.
Es una lástima porque tenia talento para desarrollar seis o diez
novelas de puta madre y se quedó en una novela y media, y eso no
hace volumen. Es un maldito, así lo ven afuera donde ya es un objeto
de estudio, pero no tiene la obra de Andrés Caicedo por ejemplo, y
eso lo hace más limitado. Forlán ni siquiera llegó a eso, tenía
un talento muy grande pero como creador no mostró demasiado, salvo
un par libros de poesía y la ambición de escribir una novela que
nunca llegó a hacer. Igual fue importante como maestro. Era un tipo
que en el año 83, 84 decía que había que escuchar a Lou Reed, y si
no vivías en Pocitos y Carrasco o no conocías gente de Europa era
imposible enterarte de quién era Lou Reed. Pero Escanlar es un caso
serio. Él mismo era un aparato crítico y creo que es el aparato
crítico más importante que se generó en Uruguay después de la
generación del 45 o la del 60. Es una pequeña bomba de odio
unipersonal, ya que si bien algunos lo acompañamos en algún
momento, él lo desarrolló solo. Creo que si algún día se
sistematiza bien todo lo que escribió en sus veinte años de
periodismo, hay un aparato crítico muy contundente porque creo que
es el que mejor vio el Uruguay de la postdictadura. Desde el punto de
vista de los productos culturales y desde lo que vivimos, desde
críticas a las generaciones anteriores hasta poder manejar de una
manera diferente las relaciones entre cultura popular y alta cultura.
Es muy crudo porque la izquierda lo mató desde el principio cuando
vieron que era un discurso que jamás iba a ser fácil de manejar. Lo
mataron y eso lo fue arrinconando de alguna manera. Creo que en
definitiva en las críticas de Gustavo que lastimaban o jodían a
gente en todo momento, en todas ellas, se decía lo que todos
pensábamos. El trabajó con una cosa que estaba ahí y era el único
tipo que se animaba a decirlo o escribirlo de una manera contundente.
Yo nunca me olvido de Gerardo Bleier que no tenía nada que ver con
la estética de Gustavo pero que es súper abierto y articulador y
cuando tratamos de llevar a Escanlar, no me acuerdo por qué proyecto
de Tv Ciudad, fue imposible mencionar el nombre de Escanlar en un
canal en el que la mayoría de la gente tenía un pensamiento muy
duro de izquierda en ese momento, y él me decía, en realidad se
precisan dos, tres, diez Escanlar para mover esto. Y es verdad.
¿Existió
parricidio de tu generación a los escritores de los 80’ o de los
60’?
Si vos miras los 90 en
realidad somos unos perdedores porque en definitiva no pasó nada.
Igual de todos modos creo que no había planteado un parricidio desde
los creadores. De parte de Escanlar y de Forlán sí porque aquello
de Benedetti fue emblemático y el asunto no es decir “ah el gesto”
o “qué fácil”, el asunto es meterse en ese tiempo y leer la
carta que escribieron, darse cuenta de la altura que tenían esos
tipos, del momento político en que encajaron eso y de la verdad que
estaba ahí atrás y ahí te das cuenta de lo genial que había sido
la movida que habían hecho. Tan genial es que, si bien Escanlar se
cavó su propia tumba con eso, el gran perdedor fue Benedetti, que
fue herido de muerte en cierto aspecto. Escanlar dijo lo que toda la
generación del 60 pensaba de Benedetti y que nadie iba a decir nunca
porque todos esperaban que Benedetti les comprara el pasaje a Europa
e ir a España, y a Escanlar no le interesaba eso.
Da
la sensación de que hubo un corte con casi todo lo anterior, menos
con Onetti, y fundamentalmente con Levrero, ¿por qué?
Yo creo que era por lo
que escribía, es un escritor en serio, un gran escritor, porque los
demás escriben de repente bien, pero es como cuestionar a Vargas
Llosa, es incuestionable. Nadie le daba bola a Levrero, era como un
secreto, circulaba mucho a nivel under, se leía, la gente joven lo
leía. Con Héctor Galmés también se llegó a generar un cultito,
como desafiliado a la política, era diferente, como kafkiano.
Estábamos en contra de la narrativa histórica del estilo Bernabé
Bernabé, era insoportable. A mí el único libro que me gustó
de esos era de un outsider de todo que es el de Hugo Bervejillo con
su Una cinta ancha de bayeta colorada. Y vos veías que a ese
libro no le daban mucha pelota, si bien es un tipo de izquierda y
todo, pero no pertenecía a ese mundo. Y en ese momento me mató
porque era un libro sangriento entre otras cosas.
Muy buena, quiero la segunda parte!
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