De la mano
de uno de sus contemporáneos poeta, performer, docente, investigador; es
momento de hablar de dos figuras legendarias de los noventas. En esta nueva
nota, Luis Bravo nos transportará a los ochenta para dibujar ese ambiente en el
que salieron a escena Inverso y Escanlar. Indaguemos juntos este universo
pasado y miremos más de cerca los noventa.
Julio Inverso y Gustavo Escanlar:
La autoficción dionisíaca de los 90
La autoficción dionisíaca de los 90
Por Luis Bravo
De los 90 me
interesa señalar la vertiente iconoclasta —anti aparato-literario en el sentido
contracultural que sobrevino en la postdictadura— cuyas dos figuras
principales, Gustavo Escanlar (Montevideo, 1962-2010) y Julio Inverso
(Montevideo, 1963-1999), representan lo más radical por sus estilos personales.
Si bien son estilos igualmente vehementes y se instalan en ese límite impreciso
de la autoficción, son diferentes sus resultados estéticos.
Hoy, que el concepto de autoficción se ha puesto a la orden del día, es
un redescubrimiento abordar desde tal perspectiva la escritura del universo-Inverso,
que en esa veta contiene todo un yacimiento de intenso brillo.
A contramano de
toda corrección —sobre todo en un vago plano de lo moral, que aquí tanto se
confunde con lo ideológico— ambos ocupan un lugar de culto o de referencia para
la rebeldía— a la vez que el solo hecho de nombrarlos en los ámbitos donde se inscribe
la academia literaria, produce molestias. Como le ocurre a los malditos, la
ponderación oficiosa se juega a que se pudran en el anaquel marginal hasta que
se los lleve finalmente el olvido. Es posible que sus obras —incompletas o sin
un desarrollo pleno, y con escasa circulación— no trasciendan como grandes
obras en el tiempo; pero el removedor de sus poéticas, inscriptas en los
quiebres producidos durante la década del 90, tarde o temprano tendrá que ser
reconocido. No solo se adelantaron a los imaginarios que hoy están exponiéndose,
sino que su corrosión es precisa; lo revulsivo de sus escrituras es, acaso, el
último testimonio de una conmoción posible, antes de este presente en el que ya
no parece posible la conmoción estética de ningún tipo.
Casi de la misma
edad, ambos hacen el liceo en el Seminario y, con solo un año de diferencia pero
sin ninguna relación de amistad de la que se tenga noticias, ingresan en
Facultad de Medicina. Los dos llegan casi hasta el final de sus respectivas
carreras, tras seis años de estudios universitarios. Escanlar deja la túnica,
de la mano de la Rayuela de Cortázar,
según confiesa en una entrevista (http://www.montevideo.com.uy/nottiempolibre_10168_1.html; Junio, 2010). Inverso, decide dedicarse
de lleno a la escritura dejándose llevar definitivamente por el universo
romántico que siempre le voló la cabeza (Beethoven, Wagner, Novalis, Nerval) mediante
el acicate del surrealismo. Ambos van gestando sus poéticas del exceso al
margen de la cultura literaria establecida; hijos de la movida dionisíaca de
fines de los ochenta, mueren jóvenes en su propia ley.
Sus poéticas se gestan
en el período en el que se cimentan los cruces de múltiples lenguajes. Cuando
se performativiza la palabra en
diferentes soportes. Inverso comanda la Brigada grafitera Tristán Tzara (1985-86). La Brigada,
de espíritu libertario, se batió a diestra y a siniestra. Sorprendió la
virulencia con la que sus grafitis señalaron a mansalva lo canónico en materia
cultural: “Manolo siniestro stalinista
basta de Wajda queremos Andy Wharhol”, inscribieron en la fachada de Sala
Cinemateca, salteándose que Wajda ya era un severo crítico del realismo
socialista, apuntando más a las carencias de una oficialidad cultural de
izquierda, cuya estética les resultaba anacrónica. Ambos comienzan en la poesía
y en la performance al inicio de los ciclos de lecturas; en pleno auge del
lenguaje del video, a partir del cual la escritura adopta la velocidad
intermitente del clip, y junto al impulso vociferante del punk-rock, que
marcó un rumbo disidente al del canto popular. Es cuando se afectan los códigos
formales y se trastocan los géneros; y en lo axiológico surgen las temáticas
revulsivas que esgrimen lo transgresivo, señalando los miedos y la
discriminación, sobre todo la persecución a los jóvenes, en una sociedad que se
siente asfixiante y anquilosada, presa de las secuelas represivas del pasado
inmediato, y del quietismo restauracionista del presente. Así tiene cabida una
primera ruptura con los tabúes de lo sexual —lo porno, lo hetero y lo
homoerótico, salen a exponerse en el lenguaje— y reaflora lo sicodélico, junto
a las primeras campañas por la liberación de la marihuana. A esto debe sumarse
una autocrítica ideológica que, adoptada por los jóvenes a la luz de la caída
del Socialismo Real, provocó fugas y rupturas históricas en la interna de los
partidos de izquierda.
Escanlar
co-organiza uno de los eventos fundacionales de la movida contracultural
posdictadura, Arte en la lona (1988).
Allí, en el ring del Palermo Boxing Club como escenario desmarcado de la alta
cultura, se suceden las performances, los (des)conciertos punk, y se inauguran
nuevas formas de expresión (el video Mamá
era punk, de Guillermo Casanova). Todo en medio de la baranda de cannabis y
de ese cierto destape que marcó la rebeldía dionisíaca del período. En ese mismo
año se publicaron algunos poemas de “El pene en la boca”, libro suyo premiado
en el Concurso de poesía joven (Premio F.E.U.U.,1987).
Los libros de
cuentos de Escanlar (Oda al niño
prostituto, 1993; No es falta de
cariño, 1997), y su primera nouvelle (Estokolmo,
1998) son lo más cercano que se escribió en eslang crioyo oriental, a lo que
Charles Bukoswki o Chinaski, el gurú de esa generación, había escrito en el
postbeat norteamericano. Si bien se leen
con una fluidez semejante a como se devora un cómic (él mismo usó viñetas de
tebeos porno españoles como portadilla a sus primeros cuentos) eso es, quizás,
su mejor y su peor logro. No le importaba a Escanlar el arte de la literatura,
sino divertirse transgrediendo. En ese sentido su escritura es más un ejercicio
masturbatorio que una buena cogida a la musa. Igualmente, su resultado es
efectivo y tiene los ingredientes que hacen al recambio literario de la época: escritura
autoreferencial, que no altera los nombres de sus referentes montevideanos
aunque invente los argumentos; intertextualidad (literaria, musical,
cinematográfica); una forma de fragmentarismo que da la posibilidad de que se
lean sus piezas (cuentos, capítulos) en sí mismos pero también en relación con
los otros, como si se tratara de un mismo gran texto que se presenta en dosis;
la dosis siempre presente de registro bajo, soez, irónico y paródico para con
la “cultura” (la cultura oficial, la de izquierda, la progresista, la de buenas
intenciones, la cultura culturosa); y la omnipresencia de lo adictivo: tv,
drogas, sexo. Alberto Fuguet lo incluyó de una en la antología McCondo (1996), el grito con el que una
nueva generación latinoamericana se abrió de la del Boom. Fuguet, que vino a
Montevideo para escribir sobre él, luego de su muerte, pero apenas se pudo
llevar un par de testimonios porque muchos escritores se negaron siquiera a
hablar sobre Escanlar (lo que da la idea del rastro maldito que dejó) concluye
en su nota de Página 12 (12.10.210):
“Escanlar (…) nunca encontró un lugar literario, porque era muy arrabalero, muy
border, pero eso también era parte de su poética –era su poética–”.
Inverso se
estrena con los poemas en prosa de “Falsas criaturas” (1992), pero su pasaje de
la poesía al relato y luego a la novela se conoció de manera póstuma. Una
narrativa que sólo conocían sus amigos y que recién se publicó de manera
póstuma entre 2004-2010, en compilaciones realizadas por Daymán Cabrera, de
Vintén Editor, en minilibros de restringida circulación. Escrita de manera
febril y sin fechas precisas, entre 1993 y 1999, su prosa incluye: Vidas Suntuosas (cuentos, premio inédito
de narrativa, I.M.Montevideo, 1996; 2004); Los
furiosos pétalos de la muerte (2007); Animal
doctrina (2008); Papeles de un poseído
(2009); y Morgan, el Inmortal (2011),
ahora todo esto reunido, más algunos cuentos, cartas y artículos periodísticos
en Papeles de Juan Morgan (Estuario,
2011).
La prosa neo-psicodélica
de “Morgan” (alter ego, personaje y narrador de gran parte de los relatos de
Inverso) es un destilado en primera persona de una visión alucinógena de la
realidad cotidiana, de un Montevideo finisecular y decadente, elevado al rango
ficcional. En una línea que tiene a Los subterráneos (1958) de J. Kerouac, a
The Soft Machine (1961) y Nova Express (1963) de William
Burroughs, y a Gaseosa de ácido eléctrico
(1968) de Tom Wolfe como referentes beats pero también a Zafiro (yo sólo quería ser el cantante de una banda de rock and roll)
de Maca (Gustavo Wojciechowski) como precedente muy cercano (Ed. de Uno, 1989;
Hum, 2011). Es en Morgan, el Inmortal
y en Papeles de un poseído donde mejor
se percibe esa composición aleatoria de secuencias para una estructuración novelística
que el lector tendrá que terminar de componer. Una fragmentariedad que
prescinde de la linealidad y a la vez transmite cierta trama que da espesor a
los personajes, muchos de los cuales se repiten en los relatos de Vidas Suntuosas, ya en un estatuto más ficcional que el diario apócrifo representado
en Papeles. En el “Prólogo” de Morgan, el Inmortal, el genotexto de
toda su narrativa, Morgan (luego narrador y personaje) ocupa el sitial del
celebrado poeta de la tribu: “Juan Morgan
no sabía cómo funcionaba un motor, ni una familia, ni una mujer, pero se
sentaba a la mesa y dejaba sobre ella escritos resplandecientes.”
Las tres partes
que componen esta subtitulada “novela psicodélica” están precedidas de
epígrafes provenientes del orbe musical (Lou Reed, Legión Urbana, Dire Straits)
que funge de “banda sonora” de las aventuras de los personajes. Los capítulos
numerados van marcando una forma de yuxtaposición de unos textos breves que, a
su vez, adoptan una gama impredecible de tipologías: diálogos, aforismos,
estrofas poéticas, formas verbo-visuales, anotaciones ocasionales,
enumeraciones caóticas, descripciones, acciones. Dicha multiplicidad convierte
a la novela en un campo de juego hecho de parcelas, utilizándose así una
estructura metonímica cuyo montaje es
similar al patchwork beat, así como
hace suya la técnica del cut up de W.
Burroughs, autor específicamente mencionado. Hay una secuencia en la que se
explicita lo que, con cierto humor cómplice, podría denominarse “el método
Morgan” de composición. Su alcance metadiscursivo es acaso una paródica puesta
en práctica de ese rasgo posmoderno en el que los grandes discursos comparecen
para ser “trisados” y repetidos “al infinito”:
“Ranuró tarjetas y las procesó en una
computadora que alimentaba con series de repeticiones y permutaciones ad
infinitum. Así destrozó Capital del dolor de Paul Éluard; trisó cada
verso y los mezcló con páginas de Expreso nova de William Burroughs, El
hombre sin atributos de Robert Musil y El Capital de Karl Marx. Desconforme
con los resultados, afiebrado por el trabajo y compelido por el doble peso de
la tarea aún no realizada, grabó sonidos en cintas magnetofónicas y trató de
reconstruir fragmentos impresionistas, redactando con un procedimiento bastante
aproximado al del músico o el montajista”.
Una de las
claves de esa narrativa es su factura autoficcional, entendida esta como un
discurso fictivo que guarda comprobables analogías con marcas autobiográficas
que hacen al trayecto vital del autor. Dicho de otra manera, podría ser una
aleación de tramas autobiográficas presentadas con la justa dosis de inventiva
poética, que le da a los hechos narrados la cualidad de despegarse de la mera
crónica o del testimonio. Es que Inverso
apostó a mucho más que lo que hizo Escanlar, en materia literaria. Su destreza
como poeta, con una concepción estética que sostiene su trasngresividad, buscó
el ritmo del deseo alineado con el cuerpo de la escritura. Con la literatura
Beat, y con la música de la que se alimentaba (desde la 9º de Beethoven pasando
por Talking Heads, The Cure y Joy Division) sonando en la cabeza de sus
personajes, Inverso dotó de una elevación visionaria a sus textos, una locura
vital que hizo de su escritura una bandera de liberación de los estrechos
cánones vernáculos. Una vertiente en la que la ficción y la escritura al pie de
los hechos, ofician como una dínamo dionisíaca.
Bravo espera a que la gente se muera para escribir estas "necrológicas fictivas". Esta vez fue aprobado por la momia Sanchiz
ResponderEliminartené cuidado, che, me puedo aparecer en tus sueños! Buuuuuu!!!!! Buuuuuu!!!!!!
EliminarnO PUEDO CREER QUE SE DESTINE TODA UNA PARTE DE ESTA REVISTA A HABLAR DE ESCANLAR, UN TIPO QUE PLAGIO MIL VECES,SON DE CUARTA EN METER A ESTE COCAINOMANO ACA.QUIEN ARMA ESTAS COSAS?
ResponderEliminarhttp://www.yateconte.com/2012/09/equipo.html
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