Segunda parte de tres de la visión de Ramiro Sanchiz de
las obras y autores recientes, especialmente aquellos publicados en antologías. En esta parte se hace referencia a la nota "Nuevas generaciones de narradores uruguayos" de Gabriel Lagos disponible en la sección Rescate.
El espejismo y la promesa
Por Ramiro Sanchiz
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¿Qué llevó a esos 17 a volverse, por decirlo de alguna manera,
recurrentes? ¿Podemos armar una narrativa, una “explicación” a su permanencia
(provisoria como pueda ser)? El medio de cierto modo potenció su visibilidad y
alimentó sus proyectos; algunos de los combustibles habría que buscarlos en las
editoriales, las revistas, los medios de comunicación. Acevedo Kanopa y
Cabrera, por ejemplo, publican asiduamente en la prensa escrita; los blogs y la
actividad en redes sociales también generan una sensación de permanencia. En el caso de Carolina Bello, ausente de las
muestras, hay que señalar que su libro Escrito
en la ventanilla, el primer libro de la editorial Irrupciones que no fue
una reedición, deriva del trabajo de la autora en un blog. Y, asimismo, editoriales
como Estuario Editora han apostado, desde su lanzamiento, a estas nuevas
figuras y a la posible renovación del canon que sugieren.
¿Pero existe tal renovación? Editoriales más conservadoras
(Trilce, EBO) también han apostado por escritores y escritoras incorporadas a
esta cuenta de 17 (y a otros ausentes de las tres muestras: Valentín Trujillo,
Damián González Bertolino, Leonardo de León, Manuel Soriano) y, por tanto,
parecería necesaria una lectura un poco más de cerca.
La crítica apenas se ocupó de ese tema, hay que decirlo.
Desde Brecha, por ejemplo, Sofi
Richero escribió sobre una “camada” de narradores lanzada por los Fondos
Concursables del 2010 (entre ellos había 4 “jóvenes” o “nuevos”, de los cuales
3 –Acevedo Kanopa, Sanchiz y Cavallo– están presentes en las muestras de 2008),
y en la misma publicación Matías Núñez (enero de 2010) publicó una nota
(“Lanzadera sorda”) sobre “jóvenes narradores uruguayos” que citaba el prólogo
de El descontento y la promesa y
comentaba novelas y libros de relatos de once escritores (González Bertolino,
Cabrera, Valentín Trujillo, Peña, Alfonso, Sanchiz, Ressia Colino, Santullo,
Larrea, Cavallo, y Paparamborda), de los cuales seis figuran en por lo menos
una de las tres muestras. El artículo de Núñez –centrado en libros más que en
alguna más vaga (pero a la vez más arriesgada y fértil desde el punto de vista
crítico) noción de “obra” o “proyecto”– aporta una posible clasificación, ante
todo temática, del trabajo de estos narradores, en tanto propone algunos criterios
de acercamiento entre algunos de los autores trabajados; así, González
Bertolino, Cabrera y Trujillo son presentados en relación a un gesto propuesto
de retomar “el desafío del diálogo con la tradición literaria canónica”, a la
vez que asumen la exposición que implica el compromiso con un valor estético
que puede ser llevado adelante con mayor o menor éxito. En sus textos no hay
ironía ni humor que “deconstruya” el “intento estético”. Se propone también al
grupo de los “montevideanos”, que
“cumpliendo con el cometido de toda literatura urbana que se precie (…) han prestado sus oídos a un lenguaje que trasciende lo meramente verbal y que involucra nuevas formas de relacionamiento y el reacomodo de los entramados sociales que ni por asomo sonarían familiares a un supuesto lector extranjero que recorriera Montevideo en busca de aquella ciudad que Benedetti inmortalizó.”
Otros grupos o subgrupos están propuestos desde coordenadas
de género. A Pedro Peña se lo ubica como único habitante de la provincia de lo fantástico,
“exponente de un tipo de narrativa fantástica que en la línea de Borges se
impregna de los tonos y cánticos de los relatos míticos y las sagas”, escribe
Núñez pensando en Eldor, el libro de
relatos de ciencia ficción y fantasía publicado por Peña en 2006, que, quizá,
encontraría en Tolkien un antecedente más claro que el autor de El Aleph, y a Rodolfo Santullo se lo
propone como representante del relato policial. A la vez, Santullo –por su
“estilo despojado de floreos y que se baste a sí mismo” y su “austeridad”– es
vinculado a Alfonso Larrea (“en una línea similar de realismo sucio”), quien,
vía Onetti, se alínea con Horacio Cavallo. Una última categoría sería la de la
“literatura autoficcional”, en la que es incluido Matías Paparamborda.
Si bien la categorización y la agrupación parecen un poco
desprolijas –podría pensarse, además, que caducaron rápidamente, por ejemplo
cuando Peña publicó, en apenas dos años, tres novelas policiales–, el mapa de
Núñez es un valioso esfuerzo de pensamiento sobre la pluralidad de propuestas
de estos escritores. Es, sin lugar a dudas, una referencia ineludible a la hora
de pensar la presencia de estos escritores “nuevos” en la producción crítica
local; sin embargo, el recorte ofrecido (los escritores elegidos) no está
vinculado a las tres muestras que nos ocupan aquí. El único esfuerzo crítico
que intentó leerlas de cerca, de hecho, fue el publicado por Gabriel Lagos en La Diaria el 20 de marzo de 2009, bajo
el título “Buenos Nuevos”, posteriormente ampliado y retitulado “Nuevas
generaciones de narradores uruguayos” (Revista Todavía, diciembre de 2009).
La reflexión de Lagos parte de reconocer dos líneas o,
mejor, áreas en la producción narrativa uruguaya “nueva” o “emergente” de los
primeros años del siglo XXI; la primera sería la más vinculada a la cultura pop
y a una estética de la comunicación inmediata: “claros, directos, los
escritores pop no se arriesgan
demasiado en la sintaxis ni en las ideas; el objetivo, con la excepción parcial
de Mardero, es no obstaculizar el entretenimiento”, escribe el crítico en el
primer artículo mencionado. Por aquí habría que incluir a la mencionada
Mardero, a Umpi y a Alcuri, todos ellos con varios libros (dos, tres y cuatro,
respectivamente) publicados entre 2000 y 2008. La otra línea detectada por
Lagos sería la de los “intimistas” o “egoístas”, “abocados a evocar
experiencias del yo íntimo”, cuya producción, como desarrolla en la segunda
versión del artículo,
“se trata de relatos breves, en los que es norma el uso de la primera persona, que refuerza el efecto de autenticidad autobiográfica de los textos. La referencia a episodios de la juventud y sobre todo de la infancia es otro de sus rasgos comunes; esto es llevado al extremo en la nouvelle Limonada, de Richero, en la que ciertos episodios de la niñez son repasados una y otra vez por la voz narrante, que busca obsesivamente aquellos momentos donde poder fundar el nacimiento de su propia identidad.”
Junto con Sofi Richero habría que ubicar a Fernanda Trías y
a Inés Bortagaray, que también publicaron sus primeros libros en la primera
mitad de la primera década del siglo. Estos dos grupos, entonces, configuran el
mapa de la nueva (o “joven”) literatura nacional previa a las antologías; los escritores y escritoras aquí
mencionados (es decir, Mardero, Umpi, Alcuri, Trías y Bortagaray) escribían,
publicaban y gozaban de cierta visibilidad mientras otros de los presentes en
las tres muestras –que venían publicando desde fines de la década de 1990, en
revistas y muestras de concursos de narrativa– permanecían todavía en las
sombras. Si consideramos entonces que las tres muestras los visibilizaron, los
hermanaron en ese sentido a sus predecesores y predecesoras, es fácil darle la
razón a Lagos en cuanto a que operó en 2008 la emergencia de una “nueva”
promoción (aunque en virtud de sus fechas de nacimiento, cabría pensar a sus
integrantes como contemporáneos de los “pop” y los “intimistas”); en otras
palabras, más que aportar más nombres a las corrientes ya establecidas, cosa
que de todas formas sucedió, las tres muestras lograron dibujar un territorio
nuevo:
“Del cruce de las tres antologías adquiere visibilidad un tercer grupo bastante activo durante 2008. Ramiro Sanchiz, por ejemplo, puede ser el autor que le de vuelta el sentido al neologismo “Levreriano” (…) Lo que comparten Sanchiz y Horacio Cavallo, además de lo fantástico, es la conciencia evidente de ser parte de una tradición. Mientras que en Sanchiz abundan las citas, en Cavallo, que el año pasado publicó la novela Oso de trapo, queda clara la preocupación de lo formal. Acá podría haber otro rasgo común a este nuevo grupo que posiblemente pueda rastrarse a su origen como poetas (…) Gabriel Schutz (…) comparte con estos últimos el cuidado de las formas y con Sanchiz el apego a lo fantástico. El policial y sus aledaños –que subsiste justamente como forma pura– tiene en Germán Videla (…) y en Martín Bentancor (coautor con Rodolfo Santullo de la novela Las otras caras del verano) a dos renovadores. “
O, si leemos la segunda versión del artículo:
“Pero fue la
aparición, con pocas semanas de diferencia, de El descontento y la promesa (…), Esto no es una antología (…) y De acá! Algo de narrativa uruguaya de ahora (…)
lo que permitió distinguir con claridad que (…)coexistían tres corrientes más o
menos definidas –y no dos– entre los escritores nacidos en los setenta y
principios de los ochenta. Al mismo tiempo, los relatos allí antologados
contribuyeron a esclarecer qué es lo que puede unir a los integrantes de la
tercera corriente, más allá de los rasgos oposicionales, como su recato en el
manejo de la primera persona íntima y su limitado uso de alusiones al mundo
pop. En este sentido habría que destacar, más que temas o ambientes, el común
cuidado por lo formal y la prioridad dada a lo estrictamente narrativo.”
Por otra parte, entre los “nuevos” recogidos en las tres
muestras, el “equipo del pop” se nutrió de los trabajos de Patricia Turnes,
Jorge Alfonso (a quien Lagos coloca entre en una zona intermedia entre este
grupo y el tercero o de los “serios” o “formales”), Leticia Feippe, Rodrigo
Moraes y Carlos Tanco, mientras que a la nómina de los “intimistas” se le pudo
sumar los nombres de Constanza Farfalla, Carina Infantozzi y Lucía Lorenzo.
El tercer grupo detectado por Lagos es, quizá, un poco más
heterogéneo que lo que las pistas aportadas por el crítico parecen sugerir,
especialmente si tomamos en cuenta la obra publicada por estos escritores entre
2009 y el presente. La “prioridad dada a lo estrictamente narrativo”, por
ejemplo, parece haberse recluido dentro de las fronteras de un subgrupo más
“conservador”, si se quiere, y vinculado de cerca a EBO (lo que no quiere
decir, por supuesto, que no hayan publicado en otras editoriales, Estuario
notoriamente). Lo estrictamente narrativo, entonces, es muy visible en la obra
de Valentín Trujillo, Leonardo Cabrera, Leonardo de León, Rodolfo Santullo,
Manuel Soriano y Martín Bentancor.
Quizá sea
significativo que este subgrupo este poco representado en las tres muestras de
2008: Santullo, de León, Trujillo y Soriano están ausentes y Bentancor y
Cabrera aparecen únicamente, cada uno de ellos, en uno de los libros (De acá! y El descontento y la promesa respectivamente). Con el añadido de
Damián González Bertolino (también ausente de las muestras), de Pedro Peña
(quien a partir de 2009 comenzó a demarcarse de sus esfuerzos
cienciaficcioneros para acercarse al policial) y de Horacio Cavallo, que con el
tiempo ha derivado hacia este grupo, estos escritores se han mostrado no sólo
especialmente inquietos en cuanto a publicaciones (Cabrera, de hecho, que no
volvió a publicar un libro, ha aportado sus cuentos a varias antologías
extranjeras, entre ellas La banda de los
corazones sucios, de la editorial Boliviana El Cuervo) sino que, además,
han estrechado sus vínculos generando diversas propuestas críticas (el blog Club de catadores, por ejemplo) y
narrativas (la novela-blog por entregas Folletín
de diez manos, a cargo de Santullo, Soriano, Cabrera, Cavallo y Trujillo).
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